lunes, 9 de febrero de 2009

Y dale con el primitivo!

Nota al margen 01. Los hombres menstruantes del himeneo nocturno (02/2008)

Por diferentes y perdidas vías podrían comenzar estas líneas. (Pensar que fuera sólo un camino fundamentaría el prejuicio de imaginar que el primer verbo, si lo hubo en este texto invisible, no pudo tener antónimos o digresiones o perturbaciones de radical afasia.) Pero la elección viene dictada por una pregunta que plantea una grosera anacronía: ¿cómo explicarle a los creadores-productores-artesanos de las máscaras del Museo Etnográfico de Trocadero, no sólo el sentido, sino la existencia –si es que la existencia es radical para aquellos absolutamente extraños– de Les Demoiselles d’Avignon de Picasso? Sin más vueltas, cómo hacer comprensibles que están ahí y que tienen un sentido. 

La nota completa con notas laterales muy bonitas y presentables se puede descargar de aquí.

lunes, 2 de febrero de 2009

Texto Clínica I SITAC

En ninguna parte, en todas; ¿el Sur desde nuestro Norte?
(Sobre la clínica I Zonas de disturbio; cartografías de la fractura)

César Cortés

Dentro es otra cosa. Dentro no nos imaginamos, porque la carne humana es dura; difícil de separar el tejido nervioso de la materia a disgregar, las astillas del hueso pueden haberse colado incluso entre la masa blanda y quizá parezca como si el sabor perdiera consistencia, oscilando entre lo agrio y lo dulce, entre lo catastrófico y lo francamente delirante. Por eso dentro es otra cosa, porque el Yo ahí sí es un Otro, no en los mismos términos en los que Rimbaud, en la concreción abisinia de su romanticismo feroz, repitiera ya en Harar, postrado en una cama y esperando a que le amputaran la primer pierna. Yo ¿soy otro? ¿Sí?; o sea ¿si? O soy lo mismo. Lo mismito. La mismidad envuelta en huevo a punto de morir de sífilis en un lugar que no conoce… Sí; la movilidad se reincorpora a los hábitos de tal manera que desaparece.

Sur. Sur-sur-sur; ha resonado tantas veces el nombre Sur a lo largo del SITAC, que parece ser un mantra maldito, un recordatorio para el sacrificio, una preconsigna frenética que quizá diste mucho de ser reivindicable. A veces Sur ha sido susurrado, sur-surrado, sur-negado, surrrrrrrrrrrredulcorado, sur-subsumido. Sur así, dicho con un convencimiento que apabulla, porque entonces todo parece poder ser leído en esos términos. Por ejemplo, ahora en esta sala y por breves instantes yo soy, irremediablemente Norte, y todos ustedes ahora son Sur. ¿Es así? Suena ridículo. No; no es así. Sí es ridículo, porque todos pensamos con la lengua del Norte. Sur, pues, se ha dicho tantas veces que quizá haya perdido su sentido. Aunque hay que agregar que también se ha dicho la palabra:

Caaaaaaaaaaaaaaaaaaniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiibal.


La noche del 29 de enero, entre tequilas e inconsistencias discursivas, algunos compañeros asignados a la tarea de articular-no-articular una serie de puntos para la realización de este escrito, resolvíamos que hay una diferencia de fondo entre el Otro radical, el antropófago, y el que ha debido sublimar ese canibalismo, al vivir en situaciones de urgencia cultural. Por un lado el antropófago que no ha accedido a la idea de UNO, a la integración individual y que percibe el mundo desde un imaginario que se inscribe en el rito y que es inaccesible en tanto no se reconozca que posee una organización de códigos totalmente distinta a la nuestra, como nos sugería Suely Rolnik en la visita que hiciera a una de nuestras sesiones. Por otro lado puede hablarse de un canibalismo desritualizado de la modernidad que busca alias inmateriales para poder redefinirse, reintegrarse en tanto pervive en una realidad fantasmal que lo acecha, un desmembramiento molecular de las ideas, multiplicación al infinito y desborde de sentido.

En la excentricidad radical del canibalismo, no hay centro y entonces la persona no existe, porque ¿qué es macerar al amigo, cortarle en pedazos, devorarlo poco a poco mientras observas los ojos de su familia? Si hay que nombrar al Caníbal, quizá haya que hacerlo con un término distinto, con un vocablo inventado, palabras ininteligibles. Sí, si siiiii; se insistía entre gritos y acusaciones de buen tono que negaban a Heidegger a Adorno o a Baudrillard según el turno del hablante, con tendencias de los preantropófagos en los que nos estábamos convirtiendo, en tanto el tequila seguía sirviéndose. Pienso ahora que quizá, ni siquiera el caníbal deba ser nombrado desde el término políticamente correcto de “antropófago”, porque ¿no todos esos nombres son usados desde quien mira? ¿No hablan más de quien los produce que de lo que intentan delimitar? Justo de eso se queja el Calibán Shakespireano en la Tempestad; me has dado la lengua para insultarte. Tu lengua misma es un insulto entero que me condena al éxodo, a la falta de lugar, a ser como tú. Y entonces yo, que no era yo porque no había yo, ya no soy yo. Soy tú, y desde ahí te nombro, te insulto.

Sur

Sur

Sur

No; el Sur real no existe. Existe como fantasmagoría, esta visión ilusoria de quien fija su propio deseo. De quien fragmenta en la medida de una concepción logocéntrica que confunde verdad con verosimilitud. Lo que hay es una invención del Sur, como consecuencia de un desarrollo que no puede hacer otra cosa sino excluir al Otro radical en la medida en la que lo clasifica y lo convierte en fragmentos definibles.


Esta ilegibilidad derridiana es un vacío irrepresentable. Lo que puede representarse, el fantasma lacaniano, hasta donde lo entiendo, sí es una realidad. Ouroboros, serpiente que se come la cola. El Sur es una autoreferencia del Norte, que mezcla placer con dolor, intento de cercanía que muta constantemente en función a una forma de construir la realidad que tiene como tradición los entendimientos de Occidente, mismos que dependen de una temporalidad definida. Y lo que presenta un conflicto mayor para aquellos Otros que aún no han sido tocados por su avanzada cultural, es que Occidente, a través de todas sus deformaciones, mutaciones y mutilaciones postcoloniales, es también inextricable para ellos. Y quizá la ilusión más peligrosa de todo esto sea que, cualquier tipo de institucionalización de la palabra del Otro, lo incorpore como pieza de este mismo sistema bipartido. Como muerte o como preservación en el archivo o en el museo. Le haga, pues, perder su alteridad –a ojos del Sí Mismo– y le haga, a la vez, permanecer en su no-existencia, en su impenetrabilidad –a los ojos de quienes supongo yo, son estos Otros.

No desdeñemos a la confrontación, se decía también. El integrismo es una estrategia. Una fuerza centrípeta que irremediablemente tiende a los centros. Cuando se dice “Artistas del Sur”, se dice una cierta manera de incorporarlos a un imaginario. En la confrontación cada quien tiene sus nombres y creo que ningún “artista caníbal” se llamaría a sí mismo artista, ni caníbal, ni nada. Utilizaría nombres para sí mismo que no corresponderían a nuestra manera de leer el mundo. Y, para seguir en la misma línea vindicativa, se puede agregar que no hay Sur o Norte del Arte. Hay un arte instrumental e instrumentalizado por una determinada división social del trabajo en el sistema artístico. Hay, también, un arte que puede apelar al sentido, pero que de igual manera pertenece al flujo de percepciones de las prácticas Occidentales.

No creo que la imagen sublimada del Sur sea suficiente para nombrar al subalterno. Demasiado olor a humanismo; ese perfume con el que las buenas conciencias se bañan para no tener qué dislocar su sentido, desplegar su condición segregacionista. Y, lo sabemos ya porque hemos vivido décadas y décadas del discurso de la conmiseración: uno de los peores caníbales inconscientes –o no tan inconscientes- de la cultura son los humanistas. Justo porque desde sus lógicas compasivas cometen un escamotage, una sustitución con la que se monta un teatro de misericordia que los hace acceder al poder y gobernar con la máscara del vencido. Eso, quizá, sea uno de los motivos por los cuales la llamada máquina barroca mexicana se pone en acción: esta desintegración de la penuria por medio de una sustitución simbólica, pliegues sobre pliegues que van configurando un ensimismamiento repleto de Otros latentes que han sido sometidos, engañados, escamoteados.

Una imagen interesante de esto mismo es la herida. Esta sublimación del dolor parece que se exime, que finalmente pierde apariencia. Un camino de la subalternidad es la evanescencia de la herida, en tanto parece ser que ésta ya no está ahí. Y sin embargo duele, a pesar de que se nos exija callarlo, colocarlo en un lugar cerrado y continuar. La herida es una constatación del tiempo en la carne, una impronta radical, en tanto amenaza al cuerpo con la ruptura. ¿Cuántas heridas son posibles en la superficie de un animal como nosotros? La herida es el preámbulo de la muerte, pero también es su recordatorio. Una inscripción de lo finito en el territorio de la existencia. Y ¿quién de aquí se hace cargo de su propia herida? Lo que hacemos es posponerla, intentar que cierre por medio del olvido o de la superposición de nuevas capas de algo que no es piel, pero que se le parece mucho; el encantamiento, el glamour y una pretendida ligereza que nada tiene que ver con la levedad que ya mencionara Italo Calvino en sus Ensayos para el próximo milenio. Esta nueva piel que no es piel, podría también llamársele simulación, discurso aparente, un escamotage del Sí Mismo, que se pretende Otro para salvarse. Pienso de inmediato en los comentarios de Mariana Botey, quien ha dirigido provocadoramente bien la clínica del SITAC: una tendencia de Occidente por recuperar las imágenes del Sur como una segunda modernidad. Una estrategia. Porque, claro, como en el caso de la conquista, parece ser que se “descubre” algo que antes no estaba ahí, y que sin embargo es la comprobación del reflejo, el espejo psicótico lacaniano que devuelve la imagen sublimada del Yo en un Otro que no es sino Sí Mismo. Incorporar la herida, hacerse cargo de ella sería aceptar el dolor de esta irremediable mismidad y, entonces, como nos decía también Nelly Richard, desnaturalizar el sentido y provocar apropiaciones de los signos. Intentar, pues, en los intersticios la opción de la identidad y su potencia de significación. Aceptar que la disrupción sigue ahí, o porque los padres europeos nos han abandonado, o porque muchos de nuestros padres nativos se han pervertido.


En todo caso, creo que el problema latente a discutir es el carácter de la resistencia cultural de los subalternos, que provienen de una genealogía distinta a la dominadora –sea esta del Norte o del Sur–, misma resistencia que han debido llevar a cabo para cuidar del exterminio su percepción del mundo. A la vez trazar los métodos para contribuir a que estas formulaciones encuentren canales adecuados para desplegar estrategias de negociación. Aportar, en los límites de la cultura de Occidente y como conocedores de las constantes del nuevo poder banal que es el mercado, herramientas a este enmascaramiento estratégico de resistencia, como parte de una propuesta de indocilidad frente al entorno que plantean los poderes hegemónicos de un Occidente cada vez más amenazante, mutante y poco sensible. Lo que James C. Scott llamara la “infrapolítica de los desposeídos”.

(Texto leido en Terapia Intesiva: debate acerca del simposio a cargo de los participantes de las clínicas en el SITAC. Centro Cultural Universitario Tlatelolco, sábado 31 de enero del 2009).

viernes, 30 de enero de 2009

TRAVESTISMOS CRÌTICOS O VISTIÈNDOSE CON LA PIEL DEL OTRO (Borrador Por: Ivàn Mejìa)



El capital simbólico esta fundado por la reputación, la opinión, la representación y puede ser destruido por la sospecha
Pierre Bourdieu





Hay, en algunos artistas, la intención de desmitificar, de evidenciar los contenidos de los sistemas de conocimiento y de la tradición histórica. Las estrategias para llevarlo a cabo se vinculan a procesos de apropiación, desplazamiento y sustitución. A través de la parodia y la exageración se dinamita la rigidez de las jerarquías impuestas. Parten del supuesto de que lo importante no es tanto desvelar el significado de las imágenes aisladas, sino desvelar las complicidades entre el poder y las imágenes, por encima de toda concepción elitista de la cultura y de los ideales estéticos.
La información se concentra en las imágenes cuando se legitiman e institucionalizan. Al parodiarlas la información fluye nueva y dinámicamente. Mamishev y Blanckart parodian personajes históricos en tanto imagen y capital simbólico, al parodiarlos la imagen queda bajo sospecha y permanentemente en duda. No reparan en algún significado oculto sino en observar la información sobre la que se pretende actuar: poner bajo sospecha lo que se ha constituido como capital simbólico, una inquietud estratégica por infringir los íconos, los clichés los estereotipos, con el objetivo de mantener toda imagen establecida bajo sospecha, y mantener la inestabilidad. Por ejemplo, la historia del arte es el aprendizaje de una serie de imágenes en su orden cronológico. Minar las imágenes, vistiéndose como la misma imagen a debatir. Al despojar a los hombres reales de los aderezos de la cultura, lo que queda es el hombre natural: Personajes históricos, políticos, artistas, intelectuales, modelos de pinturas, conquistadores, dirigentes, monarcas, lo que simbolizan cada uno de ellos es el punto de ataque que va en contra del establecimiento de la imagen y la percepción, el uso que se hace de ellas, y el cuestionamiento de su legitimidad. remake, parodia, perturbación de la imagen.





Un artista contemporáneo que advierte la presencia del pasado victoriano en las actuales sociedades anglosajonas es el nigeriano Yinka Shonibare, que recrea trajes de baile de época, respetando hasta los más mínimos detalles, salvo que los materiales que utiliza son tejidos de kente de África Occidental y no las telas de algodón y seda que vestían las europeas. En el trabajo de Yinka Shonibare (Londres, 1962), sobresale una iconografía teatral ligada a la construcción/recreación de unos personajes ficticios que se sitúan en escenografías cuidadosamente elaboradas para adquirir la personalidad de “otro” siendo un proceso no solamente estético sino de identificación con personalidades del pasado histórico.




Juegos de seducción y poder, ambigüedad entre realidad y representación se evidencian en ese carnaval de signos, siendo aspectos asimismo esenciales de cualquier mascarada. Shonibare retorna a la estética y las formas del barroco que es sin duda uno de los momentos de la historia de occidente en el que la mascarada se halla indisolublemente unida al espíritu de la época. Sus maniquíes sin cabeza deconstruyen los estereotipos de género, raza y clase social.
No solo es el concepto de transmisión de las imágenes, estilos y pautas estéticas a través del tiempo el que opera aquí sino, también, el de su reubicación contextual. Y ésta orienta inevitablemente la reflexión sobre el arte hacia las esferas de lo social y de lo político.
Shonibare siendo hijo de padres nigerianos y pasando gran parte de su vida entre Nigeria e Inglaterra, vive una dualidad cultural y con consecuencias en términos de identidad determina su trabajo. El arte de Shonibare se caracteriza por una seducción visual ostentosa y un elemento familiar que resulta de vez en cuando engañoso. Con un sentido reservado del humor y del análisis social, desafía las opiniones culturales preestablecidas, y desarma así la imagen estereotipada que tiene occidente de la cultura africana, así como los discursos hegemónicos en torno al género.



Su producción, que abarca desde la fotografía y el vídeo, a la escultura y la instalación, se basa a menudo en obras de arte famosas o situaciones históricas del pasado sobre todo del Barroco y de la Inglaterra Victoriana. Las indumentarias que visten los personajes de sus videos e instalaciones están realizadas con textiles similares a los que se fabricaban antiguamente en África remitiendo con ello al pasado colonial.
Explora la identidad cultural, derriba las lecturas convencionales sobre lo considerado africano, reflexiona sobre la raza, la clase social, la originalidad y la estructura normativa de la imagen.
Estos artistas son los protagonistas de su obra, exploran la compleja relación entre Historia y política. El arte tradicional africano, y la alta cultura. Colonización. Shonibare sustituye los tejidos de los trajes tradicionales de la aristocracia por batik aludiendo a la explotación de los países en vías e desarrollo. El rococó que fue también el periodo del colonialismo y el comercio de esclavos. Basándose en los las pinturas de Fragonard, recrea pinturas de artistas como Fragonard o de personajes de literatura como Dorian Gray de Oscar Wilde, Rake's Progress de Hogarth.
En la serie de Dorian Gray, hace visible la influencia cultural de la colonización inglesa en tierras africanas. De modo irónico, y a través de una serie de imágenes realizadas en grandes formatos, Yinka Shonibare muestra, como si de stills de una película se tratasen, la historia del protagonista de la novela de Oscar Wilde. La diferencia radica en que en su particular narración, el protagonista es un hombre de raza negra, el propio artista.




Esculturas, fotografías o instalaciones que presentan el singular resultado de esta suma de referencias y contradicciones históricas, sociales y culturales, siendo el uso constante de maniquíes vestidos con trajes victorianos realizados a partir del uso de telas típicas africanas, el elemento más repetido en sus trabajos. Un mestizaje que articula una compleja reflexión sobre el intercambio de referencias entre distintas culturas, así como sobre las relaciones que se establecen entre países colonizados y sus colonizadores. Un nuevo estado de identidad donde los intercambios y apropiaciones constantes dan como resultado un eclecticismo que sorprende a quien contempla las obras de Shonibare. Lo considerado auténtico y excéntrico. Esta yuxtaposición provoca visualmente y refuerza la tesis de Shonibare en la naturaleza de la difusión cultural. La simbología de la vestimenta, la trasgresión y mezcla de los términos establecidos y sentido del humor. Sus instalaciones y maniquíes se visten con ropas que unen las tradiciones occidentales y orientales. Una fusión provocativa y desestabilizadora que indaga en las contaminaciones e invasiones culturales que se han desarrollado desde el imperialismo colonial. El vestido, símbolo de poder social y económico, cambia su aspecto gracias a las telas de batik, y se convierte en un instrumento irónico de crítica política.




Ya sea interpretando escenas totalmente reconocibles, como el cuadro de La balançoire de Fragonard, de los grabados de Hogarht, o imaginando un mundo futuro galáctico, Shonibare realiza continuamente una compleja mezcla de los choques culturales.
En sus obras realizadas entre 1994 y 2001, investiga la iconografía del dandy, otro de los elementos básicos en el lenguaje de este artista. Fotografiándose a si mismo o disfrazando a un muñeco, la imagen de Dorian Gray, autosuficiente e impecable en una sociedad victoriana de alta hipocresía visual, se convierte en prototipo de lo peor de la sociedad occidental.
El uso de las telas batik no es casual, sino que esconde en su origen paradójico esta ironía: fueron manufacturadas por fábricas alemanas en Indonesia con intención de venderlas en los mercados locales, iniciativa que no tuvo ningún éxito. En la década de los sesenta, años de independencia del poder colonial occidental, fueron adoptadas como símbolo de identidad nacional en nuevos estados como Ghana o Nigeria. Creada para el Musée Du Quai Branly por Shonibare, la instalación “Jardín de Amor” se inspira en los jardines a la francesa e invita al público a iniciar un viaje sorprendente.
Un Ballo a Maschera es la primera película de Shonibare. Tomando como punto de partida la controvertida figura del rey Gustavo III de Suecia, que fue asesinado en 1792 por medio de una danza, el artista teje un argumento intrincado. Empleando la danza, la película explora un número de ambigüedades conceptuales y coreográficas, utilizando la identidad y el género implícito en el uso de trajes y de máscaras. La película carece de diálogo lo que obliga a seguir la trama narrativa de las imágenes.
Esculturas, fotografías o instalaciones que presentan el singular resultado de esta suma de referencias y contradicciones históricas, sociales y culturales, siendo el uso constante de maniquíes vestidos con trajes victorianos realizados a partir del uso de telas típicas africanas, el elemento más repetido en sus trabajos. Un mestizaje que articula una compleja reflexión sobre el intercambio de referencias entre distintas culturas, así como sobre las relaciones que se establecen entre países colonizados y sus colonizadores. Un nuevo estado de identidad donde los intercambios y apropiaciones constantes dan como resultado un eclecticismo que sorprende a quien contempla las obras de Yinka Shonibare.
En Francia, el rococó daba paso al austero estilo neoclásico, y con el triunfo de la Revolución Francesa, en 1789, desaparecía por completo. Antes de su defunción, no obstante, mientras los barcos negreros partían de los puertos de Nantes o Marsella desembarcando y embarcando africanos, y la trata de seres humanos continuaba en el Atlántico, la aristocracia se reafirmaba en una moda cortesana que reflejaba ese mundo frívolo y refinado de la corte francesa. Los temas preferidos del llamado estilo galante (mascaradas, fiestas galantes y campestres, damas, rigodones, minués y aventuras amorosas y cortesanas) ilustraron ese espíritu mundano, de una sociedad que ansiaba la libertad, el buen gusto y el placer, ajena a los problemas sociales y concentrada en su descanso y deleite. El trabajo sucio lo realizaban otras “manos anónimas”. La conversación, como sugiere Shonibare podía ser galante, pero no faltaba en ella cierto destello criminal.
El tejido de la imaginería africana, presente en todas sus obras, es el espejo donde se refleja la imposibilidad de las convenciones que forman las identidades culturales.
Ritos performativos y conflictos de identidad desde la diversidad de personalidades ocultas. La idea de máscara cobra nuevas formas aquí, donde además de camuflar las identidades, da vida a las metáforas que describen la esencia del poder de los prejuicios sociales en una realidad irónicamente construida.
Repasado las fuentes de la palabra máscara se observa que del concepto de bufón, en su etimología árabe como maskharah, a fantasma, de la palabra latina mascas, hay un paso. La declaración del enmascarado por la libertad individual y colectiva no sólo aporta diversión sino que, a su vez, la farsa puede esconder la posibilidad de cualquier crimen.

Morimura analiza los complejos intercambios culturales entre Oriente y Occidente y denuncia la imposición cultural y económica de Occidente sobre Japón. Asimismo, rechaza otras oposiciones como predeterminadas, poniendo en tela de juicio la identidad sexual, cultural o nacional, denunciando una globalización desequilibrada e impositiva. Morimura ha sido englobado en el grupo de artistas de los setenta que utilizaron la técnica del “apropiacionismo”.




Esta intromisión la lleva a cabo insertando su rostro mediante ordenador en copias fotográficas de los cuadros para crear su propia y caprichosa historia del arte, convirtiéndose además en un irónico protagonista. Mediante esa intervención digital sobre los modelos, podemos observar como iconos fundamentales del arte occidental cómo la Mona Lisa, la Maja Desnuda o las Meninas adquieren rasgos asiáticos, a través del propio rostro de Morimura que aparece sustituyendo al de cada personaje. El artista se pone en su lugar, en el espacio iconográfico reservado a los protagonistas de la historia del arte europeo, ejercitando lo que los expertos consideran un personal "ajuste de cuentas" con el Occidente colonizador. Por otra parte, es evidente que el artista habla también, con humor e ironía, de otros aspectos importantes en el discurso artístico contemporáneo, como el desplome de las barreras culturales y el libre intercambio de influencias, además de parodiar la "alta cultura" y la forma en la que la gente contempla el arte consagrado por la historia.
Sus interpretaciones son cómicas, irreverentes, kitsch. Pero, como indica Pilar Gonzalo: más allá del chiste visual, el interés se centra en la presencia constante de su rostro como estandarte de su cultura. De esta forma Morimura se involucra personalmente en la obra, utilizando todo tipo de recursos técnicos: desde los cuidadosamente preparados maquillajes, vestuario y decorados; hasta las manipulaciones digitales con las que elimina el rastro del collage fotográfico que conforma la obra final. La formación de Morimura en el arte, tanto occidental como japonés, le permite dotar a su obra de infinidad de matices. En ellos se pueden advertir guiños al espectador erudito que aluden a cuestiones biográficas sobre el autor de las obras de referencia, así como a detalles historiográficos o técnicos. Pero su obra, discurre entre un ambiguo ámbito dual: Oriente vs. Occidente, artista vs. espectador, original vs. copia, masculino vs. femenino. Un simulacro de apropiaciones y de construcciones con particular ironía.




Mediante este procedimiento, el artista se apropia de imágenes clásicas del arte occidental para reinterpretarlas y recrearlas dándoles una nueva significación. De este modo, Morimura cosifica la obra (influencia de marcel Duchamp o Andy Warhol), del mismo modo en el que siente que el pueblo japonés ha sido cosificado por la opresión occidental. A pesar de que su obra generalmente la desarrolla en fotografías a color sobre lienzos u otros soportes, también realiza audio/vídeo-instalaciones, e incluso colabora en giras teatrales desde el año 2000. Su trabajo siempre ha gozado de aspecto teatral: pues es el actor de su obra. Mediante un agudo narcisismo, se transforma en los personajes de los grandes clásicos, dando una nueva identidad a las grandes obras canónicas.
Yasumasa Morimura tiene como el eje determinante: el concepto de identidad. A través de la cámara, analiza oposiciones como predeterminadas, poniendo en tela de juicio la identidad sexual, cultural o nacional, denunciando una globalización impositiva.
Su trabajo siempre ha gozado de aspecto teatral: el propio Morimura es el actor de su obra. Se transforma en personajes de clásicos, dando una nueva identidad a las “obras canónicas”. Un personal "ajuste de cuentas" de un artista oriental con la cultura europea y americana. El artista habla también, de otros aspectos en el discurso artístico contemporáneo, como el desplome de las barreras culturales y el libre intercambio de influencias, además de parodiar la "alta cultura" y la forma en la que la gente contempla el arte consagrado por la historia.
En los autorretratos de Morimura personificando a las infantas pintadas por Velázquez, o Michael Jackson o Madonna, indaga en los procesos de absorción e influencia de las formas de representación de la cultura occidental por parte de la cultura oriental y viceversa para, incluso, llegar a plantear la afirmación de su más que probable equivalencia (Fundación Telefónica, p20). Imágenes que, en todo momento, transitan por esa otra línea de la desidentificación permanente.




El artista cuestiona las presunciones de la historia del arte occidental y realiza un comentario irónico sobre cómo Japón ha absorbido progresivamente la cultura occidental. Tragicómico, Morimura se sitúa en el terreno donde convergen "performance" y fotografía, que han transitado artistas como Marcel Duchamp -quien tenía a Rose Sélavy como su heterónimo femenino- y la fotógrafa estadounidense Cindy Sherman y su amplio repertorio de "alteregos".[1]
Esto sirve en cierto modo como el perfecto paradigma para la afirmación de Morimura sobre la cultura japonesa y sobre la naturaleza de los lazos que ésta mantiene con Occidente. Con esta premisa, las series del artista basadas en las fotos publicitarias de las estrellas de Hollywood pueden leerse como una vía de esta construcción de la identidad: Marilyn Monroe, Audrey Hepburn o Marlene Dietrich en tanto imagen, más que como individuos. Esta es la cualidad que se propone; han adquirido el símbolo de iconos. Estas fotos enfatizan aun más el proceso de Morimura como una especie de exploración irónica de la identidad y de cómo está construida en el modelo cultural occidental.
Con estas fotografías Morimura también continúa su exploración de la sexualidad y su representación, intercambiando el sexo de los personajes existentes. En cierta medida, este aspecto particular de su obra se emprende probablemente en el re-establecimiento que Morimura realizó del retrato de Marcel Duchamp como Rrose Selavy, original de Man Ray, titulado “Doublonnage” (Marcel). Esta obra efectúa una reflexión especular de segundo grado respecto a su referencia, en la medida en que el artista elige en este caso trabajar a partir de un retrato de Marcel Duchamp posando como Rrose Selavy, y en el que Morimura implanta un segundo par de manos, así como un segundo sombrero en su cabeza, para significar de algún modo el cambio que se produce en el retrato de Man Ray, y el secundario que Morimura ejecuta reencarnando al artista en su alter ego femenino.
Morimura explora los efectos del imperialismo cultural en el contexto cultural de su país, revelando de este modo la condición esquizofrénica en la que han tenido que vivir los japoneses desde la Segunda Guerra Mundial. La serie más reciente podría entenderse como otro paso en su investigación, considerando que se ocupa más específicamente de los mecanismos de producción de las imágenes representativas de Occidente vistas desde la perspectiva "extranjera" cuando se refieren a los ídolos contemporáneos con los que ha decidido trabajar. Uno podría también especular sobre la repercución de estas obras en un mundo occidental donde la gente ha estado revaluando las formas en las que se realiza la construcción de la identidad. De la cirugía plástica a las lentes de colores, la fascinación con tranformarse en otro ocupa una posición central en la investigación cultural de los últimos años. La obra de Morimura es una oportunidad para considerar otra clase de entendimiento de los problemas que son parte integrante de la crisis de identidad de Occidente.
A finales del siglo XIX. Con la llegada del período Meiji, Japón comenzó a abrirse al mundo occidental y como consecuencia se expuso a la cultura de Occidente. La implantación oficial y el apoyo a la producción de un tipo de arte occidental en Japón produjo una relación un tanto ambigua en relación a esa cultura. A finales del siglo pasado un considerable número de realizadores culturales no tenían otra elección que recibir una educación muy occidentalizada: se consideraba necesaria para aprender historia del arte y para producir obras inspiradas en esta. Desde entonces, Japón ha experimentado períodos de absoluta adoración del modelo occidental, seguidos por momentos de rechazo total. Consecuentemente, Japón ha sido forzado a asimilar tanto el estilo de vida como la cultura occidental. El Japón de la posguerra se convirtió en una especie de suburbio americano donde cualquier espacio no era sino una imitación del estilo de vida y la cultura de Occidente.
Al haber crecido con la historia del arte occidental, más que con referencias significantes a su propio pasado cultural, el artista se presenta como los personajes de pinturas famosas, en cierta forma reclamando como suya una herencia extranjera. Todas estas obras maestras se "japonizan" con la presencia de un cuerpo que literalmente adopta las poses y las costumbres de los variados temas de las pinturas que decide "apropiarse".
Con frecuencia se ha afirmado que la obra de Morimura se hace eco de la de Cindy Sherman. Existen semejanzas en la preocupación que revelan estas obras (el proceso y el desarrollo de temas similares; es decir: la definición de la identidad del individuo en una sociedad abiertamente imperialista y patriarcal), la diferencia más notable es que Morimura discute una ausencia de representación, mientras que Sherman se ocupa de su aspecto opresivo en lo que respecta a la identidad femenina dentro del mismo contexto. Al re-insertar el cuerpo japonés en el contexto de los iconos de la cultura occidental, el artista plantea la discrepancia que existe entre el hecho de que haga suya esta cultura a partir de una decisión exterior y la ausencia de referencia directa a su país, que perpetúa en cierta forma un sentido de no participación.

Blankkart Aborda los encuentros y complicidades entre el poder, la fotografía, el arte y la política. No solo utiliza las características iconológicas de las imágenes sino que hace una crítica a los modelos, sus gestos, la postura, el acercamiento entre los héroes, nosotros y la realidad, desmontar al modelo y ridiculizar el poder. Los ídolos actúan y juegan en la imagen.
Mimetismo sin buscar el parecido total, sino mantener un estado de extrañamiento. Multiplicar la imagen, interceptar su circulación, manipularla, y dejarla fluir nuevamente. Toda una iconología sartriana, la imagen del intelectual en Saint-Germain-des-Prés, con su pipa, construida por Cartier-Bresson, donde aparentemente Sartre posa “espontáneamente”.
El espacio de un instante, una expresión, una intención. Medio y contenido, hace performance, fotografía, escultura, escribe textos. La calidad de la imagen o de la técnica no es necesariamente predominante. La fotografía es un producto visual de marketing. Imágenes del panteón de íconos. Utiliza PVC, masking tape, cartón, obtiene efectos de realismo, pero cuestiona y produce una ambivalencia de percepción. Imágenes ya de por sí manipuladas desde su construcción original.



Las luchas simbólicas no se dan entre las clases dominantes y las clases dominadas, se hallan más bien en la propia clase dominante. Las luchas por la definición de la cultura legítima que enfrenta a los intelectuales y a los artistas no son más que un aspecto de las incesantes luchas en las que se enfrentan las diferentes fracciones de la clase dominantes para imponer su definición del principio de dominación legítima.




Vladislav Mamishev-Monroe un artista con muchos enemigos que le han llamado narcisista maniático. Disfrazado en diferentes características: Lenin, Catherine II, Putin, the Pope, Pugacheva. Que pertenece a comunidades informales de artistas rusos e intelectuales los pasados años practicaron una “política de la indistinción”.

Ciudadanos soviéticos. Transformaciones sociales conocido como “colapso siviético”. Política de Resistencia y oposición, lenguaje político. En su serie StarZ (2005), posa frente al Kremlin como Bin Laden, Adolf Hitler, Tutanchamun, Papa Benedict XVI, pertenece al "Post-Soviet Art," repara en tabues sociales y políticos, en su país fueron prohibidas y se expusieron en Learning from Moscow en Dresden State Gallery.
En su remake Volga, Volga, recrea uno de los films comedia musical más famoso en la era de Stalin, protagonizada por Ljubov Orlova la actriz favorita del dictador. En la nueva version hay sonidos atonales de la Balalaika Orchestra como de Death Metal, y como Orlova el mismo Mamyshev-Monroe, quien recita los textos y gestos faciales y corporales del popular filme, pero reflexiona sobre el absurdo y el terror del régimen de Stalin, se apropia del apellido de Marilin Monroe.







Vlad Mamyshev-Monroe[5] (Leningrado, 1969), vivió la Rusia liberación del régimen comunista pasando por la Perestroika, iniciando su carrera artística en un momento en que toda la expresión de la cultura independiente era clandestina a causa de la censura, emergiendo finalmente de manera caótica. A partir de su primer filme “John and Marilyn” (1990) y de la serie fotográfica “Unhappy Love” (1991), se ha mostrado interesado en indagar en los procesos de la cultura de masas, sobre todo en la despersonalización y personificación de las celebridades, y la connotación humana, por la transformación en símbolo, iconografía cliché. La intervención del artista adopta una nueva identidad de otro personaje a través del camuflaje y del travestismo, que remite más a una acción del cine y del teatro. Para Mamyshev-Monroe se trata de contar la libertad conquistada en Rusia, Marilyn Monroe, Adolf Hitler, Charlie Chaplin, y personajes literarios y de la historia del arte, Papa, Bin Laden con el Kremlin en el fondo, mezclando un análisis sociológico irónico y divertido, masculino femenino.
Estética soviética? “Happy Love” (2000) y “Volga-volga” (2006), inspirado en la película de 1938. Oscila entre un paradigma cultural en continua evolución y experimentación, cerca del espacio del panorama internacional el historia del arte. Mamyshev-Monroe no es en la historia donde investiga sino en el presente, en la manera de contar la historia en el nuevo este europeo. Figuras históricas desde Jesucristo a Marilyn Monroe.
En el 2000, Mamyshev-Monroe hizo una serie de fotografías de si mismo como Orlova en diferentes estados de ánimo, en algunas imágenes Mamishev imagina como seria Orlova si estuviera viva en estos tiempos.
The Orlova series es un trabajo intropspectivo, pero en "Volga-Volga," Mamyshev-Monroe's toma a Orlova de manera distinta: confronta como la historia afecta la percepción. Mamyshev-Monroe, dice que espera que el presidente Vladimir Putin cuando lo vea admire este performance, tanto como Stalin admiraba el de Orlova. "”Esta es la nueva idea nacional de Rusia”.
La violencia simbólica impone una coerción que se instituye por medio del reconocimiento extorsionado que el dominado no puede dejar de prestar al dominante al no disponer, para pensarlo y pensarse, más que de instrumentos de conocimiento que tiene en común con él y que no son otra cosa que la forma incorporada de la relación de dominio.
Ponen en juego otro tipo de economía, la de la fuerza simbólica, que se ejerce, como por arte de magia, fuera de toda constricción física y en contradicción, en su gratuidad aparente, con las leyes ordinarias de la economía. Pero esta apariencia se disipa cuando se percibe que la eficiencia simbólica encuentra sus condiciones de posibilidad y su contrapartida económica en el inmenso trabajo previo de inculcación y de transformación duradera de los cuerpos que es necesario para producir las disposiciones permanentes y transponibles en las que descansa la acción simbólica capaz de ponerlas en acción o de despertarlas.



NOTAS

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[1] Ver el catálogo Beyond the Photographic Frame, Mito Art Tower, Mito, 1990.
[2] Los History Portraits fueron realizados en su mayoría en Roma, en un estudio en el Trastevere y expuestos en Metro Pictures, en Enero de 1990. Los retratos cubren varios siglos, desde el siglo XV florentino al París del s.XIX partiendo de diversos cuadros antiguos y tomando elementos diferentes de cada uno de ellos en mayor o menor proporción: se trata de mezclas de Boucher/Nattier, Fragonard/Watteau, etc.
[3] Para Arthur C. Danto, "Donde la Fornarina usa un elaborado brazalete en el retrato de Rafael en la de Sherman usa una especie de liga destejida. Donde la Fornarina apunta al nombre de su amado en el de Rafael, en el de Sherman sus dedos aparecen cerrados en una aserción simbólica de que sus piernas están cerradas. Sus pechos no le pertenecen a ella sino a su amado, en Sherman tampoco le pertenecen a ella, pero tampoco a nadie, puesto que son falsos y los utiliza como un protector del pecho. De hecho no hay manera de saber si la persona que utiliza el pecho falso tiene pechos de verdad detrás. Todo en la foto es falso, falsos pechos, falsas ropas, falso Rafael" en Past Masters and Postmoderns: Cindy Sherman's History Portraits, Schimer Art Books. Mosel Verlag, Munich 1991.
[4] Para Krauss "Sherman giró su atención hacia el arte, es decir, firmemente y constantemente hacia la versión más manifiesta y pronunciada de la escena de la sublimación. El término high que implícitamente o explícitamente modifica a art anuncia este efecto sublimatorio como habiendo tenido su origen en un gesto de levantar los ojos hacia el plano de lo vertical y, por tanto, a acceder al plano de la gestalt (...) Como si el trabajo de Sherman con lo horizontal hubiese retornado ahora a lo vertical, a la imagen sublimada, pero sólo para descreerla (...). Maquinando contra la sublimatoria energía del arte, las partes del cuerpo constituyen significantes que marcan un rendimiento a la gravedad, tanto por el peso de los elementos físicos y el sentido que promocionan esas formas de péndulo resbalándose por la superficie del cuerpo ", Rosalind Krauss, Cindy Sherman 1975-1993, Rizzoli, 1994.
[5] En 1986 se integra al grupo "New artists" (con Timur Novikov), en 1989 en colaboración con Novikov funda una telecompañía independiente llamada "Pirate's TV". Sus expocisiones individuales son " My name is Trinity ", XL gallery, Moscow (1997), "Russian questions", state Russian museum, St. Petersburg (1997), " Lyubow Orlowa", gallery Gelman, Moscow (2000), "Fairy tales about a downtime", project of a magazine "Art Chronika", State museum of Revolution (2001), "Dindin ou saint paparazzi", galerie Orel Art Presenta, Paris (2003). Y participa en exposiciones colectivas como: "Self-identification" – Position in art of St. Petersburg since 70 years up to now. Stadtgalerie im Sophienhof, Kiel (1994); "Kabinet". Stedeliyk Museum, Amsterdam (1997), " Neues Moskau " (kunst aus moskau und st.petersburg) ifa-Galerie, Berlin; ifa-Galerie, Stuttgart; ifa-Galerie, Bonn (2000), "New beginning", Dusseldorfkunsthalle, Dusseldorf (2003).

Entre tanto sur, sur, sur, ¿cuál es el norte? —Del Wíndigo canadiense y el canibalismo en narradores nativos norteamericanos (borrador) Por Mayra Inzu

Entre tanto sur, sur, sur, ¿cuál es el norte?
—Del Wíndigo canadiense y el canibalismo en narradores nativos norteamericanos (borrador)
Por Mayra Inzunza

We can only make ourselves understood if others are willing to listen
—Art Solomon, Eating Bitterness, p.58.
(Anishibnaabe Spiritual Teacher, encarcelado en Canadá, de los
primeros en involucrarse con el Journal of Prisoners on Prisons)

Tupi or not tupi that’s the question. Tal es el segundo verso del “Manifiesto antropofagico” (1928), donde el brasileño Oswaldo de Andrade introdujo la noción del autor caníbal. A grandes rasgos, el canibalismo literario consiste en celebrar el poder inclusivo de los textos híbridos y la capacidad del “mestizo” para apropiarse de las virtudes del enemigo con fines calibánicos: se trata de emplear las herramientas del conquistador para revertir la conquista.
En La Femme Cannibale, Maryse Condé subvierte no sólo la shakespereana The Tempest; también cuestiona la omnipresencia de Aimée Cesáire en las letras caribeñas (Une Tempète). En ambas obras, novela la de la narradora y académica guadalupana y guión de teatro el del poeta y dramaturgo haitiano, se critica, parodiando a Shakespeare, la estereotipia con que Montaigne describió al caníbal, aquel sistema de representación colonialista con que cronistas y evangelizadores imaginaron a los caribes. Y es que la misma nominalización colonializa, contra lo cual se rebela Como era gostoso o meu frances, cinta caníbal que, basada en crónicas de misioneros portugueses, recupera la voz indígena como verdadera traducción sin original, y la manifiesta vía un medio y un estilo europeos (cine, surrealismo), pero con sardónico humor nativo. Como era gostoso…, a grandes rasgos, parodia la crónica de un explorador francés que —literalmente— acaba siendo manjar de aborígenes.
Muchos amerindios contemporáneos optan por negarlo, mientras algunos europeos y norteamericanos atribuyen la antropofagia a “los salvajes” o “incivilizados”. Si, según Stuart Hall, los exploradores temían llegar a Bojador porque ahí “ardían las aguas y por eso los hombres quedaban negros”, con prejuicios semejantes en Estados Unidos y Canadá aún llega a creerse que el canibalismo sólo fue practicado por precolombinos “sureños” como los aztecas. De cualquier manera, la práctica ha demostrado ser redituable: amén de numerosas ficciones, entre las cuales sobresalen desde Hannibal Lecter hasta los Cuentos caníbales colombianos de Alfaguara, no pocos españoles se beneficiaron cuando la Reina Isabel prohibió a sus súbditos en el Nuevo Continente vender africanos o indios a menos que éstos fueran antropófagos, lo cual serviría de pretexto para rematarlos cuando, pongamos por caso, afros e indígenas llegaran a morderse, acaso en defensa propia, en medio de una pelea.
Sin embargo, ya antes de que los europeos arribaran a Norteamérica, no pocas tribus norteamericanas compartían la idea de que el canibalismo era una conducta cultural y socialmente inaceptable: los sioux consideraban que el canibalismo era inadmisible; para los cree manifestaba enfermedad mental; y, según algonquinos y objiway, implicaba que un espíritu maligno había poseído a la persona. No obstante, en la misma Europa, y durante incursiones de europeos en otros continentes, se han registrado incidentes de canibalismo, si se quiere bajo circunstancias extremas como la hambruna que puede acaecer lejos de la civilización o en épocas de guerra. Algunos casos famosos serían los cruzados quienes, entre otras hazañas, presumían haber asado y comido sarracenos; un colono de Jamestown (Virginia, EU) fue ejecutado tras devorar a su esposa en medio de una hambruna; en la novela histórica Autum Leaves se recrea cómo, además de acaecer en tupidas selvas y lejanas islas del Pacífico, también en la antigua Galia llegó a creerse que ingerir partes de otro ser humano ayudaba a curar enfermedades.
A muchos indios caníbales, igual que ahora a ciudadanos norteamericanos y europeos, la comunidad los castigaba, en el caso del wíndigo dándole muerte tan pronto como era sorprendido enguyendo humanos. Mas ciertas culturas pertenecientes al Imperio Británico, por ejemplo, mostraban respeto a sus parientes fallecidos comiéndoselos: los aborígenes de Australia central pensaban que ello fortalecía los lazos entre los familiares muertos y los vivos; algunas madres se alimentaban de sus bebés cuando éstos llegaban a morir durante el parto, con miras a recuperar la energía que habían prodigado durante el embarazo. Por otro lado, hubo nativos quienes creían que comer los cadáveres de sus contrincantes prevendría que las almas de los vencidos buscaran vengarse —Los maoríes de Nueva Zelanda insultaban a sus enemigos cocinándolos; determinadas etnias sudafricanas confiaban en que al comer a sus contrincantes los guerreros adquirirían cualidades del oponente, en principio valor y sabiduría. De manera análoga, en Norteamérica los mohawk son famosos por consumir el corazón de aquellos a quienes vencían; sobre el tema, hay quienes de la reservación Tyendinaga explican que eran mohawk pre-iroqueses y, otros, que únicamente lo hacían para infundir miedo. Para mostrar la ambigüedad de posturas en torno al canibalismo nativo norteamericano, los huesos anazasi del suroeste estadounidense, que durante algún tiempo se consideraron prueba de un presunto canibalismo, ahora han sido relacionados con los entierros japoneses celestes.
En términos legales, mientras el canibalismo se define como matar a una persona hasta entonces viva para devorarla, la antropofagia consiste en ingerir a quienes han (sido) muerto(s), con lo que se acerca a la necrofagia. Es por ello que, tras un largo juicio, los sobrevivientes de los Andes ya no fueron inculpados de haber cometido canibalismo. Lo menciono debido al episodio del piloto canadiense absuelto quien, al estrellarse en 1972, cuando transportaba al inuk enfermo David Koutouk, sobrevivió alimentándose del cuerpo de la enfermera que falleció en el accidente (antropofagia) —a lo cual Koutuk se negó por considerarlo inmoral, y consiguientemente pereció de hambre; un monumento en Alberta honra la ética inuit manifestada por Koutuk. Centrémonos en el caso de los aborígenes canadienses: muchas tribus no donan órganos porque, de manera análoga a los egipcios quienes momificaban sus cuerpos con miras a que éstos accedieran intactos a la otra vida, para algunas Primeras Naciones, al desmembrarse el organismo el cuerpo “espiritual” carecerá de forma; también se cree que comer a otro ser humano implica llevarlo dentro de por vida. Algunos estudiosos afirman que casi toda la humanidad practicó el canibalismo pero que, en determinado momento, cada cultura desarrolló un sistema de valores entre los cuales se prohibía comer carne humana (quizás de ahí la restricción del puerco para los judíos, pues se ha dicho que su sabor resulta muy parecido al del homínido). En el texto antropológico, visionario del movimiento renacentista que daría voz a los nativos norteamericanos en los sesenta y mismo que lleva por título Indian Renaissence, se incluyen testimonios respecto a lo asustados que estaban algunos indios norteamericanos cuando los primeros europeos que llegaron al norte del continente americano les contaron sobre sus guerras. En White Man’s Indian de Berkhoffer se asienta la historia de un nativo supuestamente caníbal quien, al tener contacto con un jesuita reflexionó: ‘I do not understand, why do your people kill if it is not for eat?’; a continuación, dicho indígena escuchó partes de la historia europea, quedando absolutamente horrorizado ante un canibalismo originado por lo que consideró, siendo evangelizado, formas de gula, de avaricia…
Siguiendo la misma línea, antes de acudir a un testimonio que estamos por compartir, en las Jesuit Relations se da cuenta del miedo que experimentaron los creyentes del Wíndigo —cree, objiway— cuando los evangelizadores jesuitas intentaron por vez primera explicar a dichos grupos nativos la comunión: sin dar crédito, los aborígenes canadienses preguntaban ‘How could you eat your own God?’ (National Archives of Canada).
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Algunos testimonios
Para contextualizar situacionalmente la figura del Wíndigo acotaré algunas experiencias personales, y entrevistas recogidas de manera conversacional.
Llegué a revisar los Archivos Nacionales de Ottawa una noche a principios de 2004, cuando comenzaba el verdadero invierno; a la mañana siguiente la temperatura era de -45 grados centígrados. Mientras mis caseros me advertían sobre el peligro de los frostbites (mordidas de frío, o sea la piel quemada por una temperatura tan baja) y yo me alistaba arropándome para enfrentar un windchill de 47 grados centígrados bajo cero, bromee sobre la posibilidad de encontrar un wíndigo en tan gélido clima. Los rostros anteriormente amigables se transformaron, y la escritora métis y landlord provisional mía Jaime Koebbel me preguntó: ‘Mayra, do you believe in God, do you think that God really exist?’ Dudé mas, antes de responderle, me espetó con almidonado ceño: ‘It is the same for us with the Windigo: we may not see it, but we fear him’.
En la obra teatral de Daniel David Moses Brebeuf`s Ghost, los objiway temen a las Seis Nationes Iroquesas: mohawks, oneidas, ondonagas, tuscaroras y cayugas—cuando comencé a escribir esto, me encontraba en la calle Cayuga, en Ithaca, Nueva York, estudiando en Cornell University tras una estancia en Ottawa (que viene de los odawas del actual Ontario): siempre en torno al bélico territorio iroqués. Como puede verse en Brebeuf’s Ghost, los objiway temían 1)a los guerreros mohawk, y 2)al Wíndigo. Resulta significativo que los algonquinos (narrangaset) hayan denominado “mohawk” a los /kayendinagas/, término que significa “comedores de humanos”. El amigo que me hospedó durante esa estancia, Kyle Mackenzie, me contó que ellos, los mohawk, solían comer el corazón de sus enemigos para intimidarlos, no tanto de manera ritual, y mucho menos por gusto; de manera que el bravo guerrero de cuyos labios escurren hilos de sangre podría ser un estereotipo —Prototipo que quizás contribuyó a que se cumplieran las demandas políticas en el Caso Oka, en el que mohawks rechazan que los quebequenses conviertan uno de sus cementerios en campo de golf.
Parafraseando otros comentarios, Karin (periodista de la canadiense Native TV) constantemente reclama, en tono de broma, a su amigo mohawk Dan por qué sus ancestros –los de Dan— se comieron a sus abuelos –los de Karin. Por su parte, a Dan le gusta burlarse del Thanksgiving Day amenazando hipotéticamente con atrapar y rostizar algunos jesuitas (‘I am ready for next season trapping and barbecuing some Jesuits…’, suele afirmar cada otoño). Según el escritor cree Keneth Williams, mohawks y algonquinos tienen una larga relación de amor/odio, la cual continúa hasta nuestros días: peleaban unos contra otros, a veces se aliaban, hacían trueques y jugaban, y llegaban a casarse entre miembros de ambas tribus, lo que dificulta comprobar si, tras del nombre, acechan “matriarcales antropófagos” (“Cultural Appropriation and Aboriginal literature” en Wind Speaker, marzo de 1997, págs. 18-19).
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El Wíndigo
En “Strange Things: The malevolent North in Canadian Literature” (Saturday Night, noviembre de 1995, p.81), Margaret Atwood se pregunta ‘How could a culture so apparently boring as ours have embraced the flesh-devouring Wendigo?’ Se ha comentado el temor de enloquecer en el norte, o que el norte mismo enloquezca a quienes pretenden dominarlo; pero ¿“adoptar”? El poema de Earle Birney “Can.Lit.” termina con un verso que ha sido interpretado como alusivo a la ausencia de fantasmas en la literatura canadiense: ‘we French English never lost our civil war endure it still a bloody civil bore the wounded sirened off no Whitman wanted it’s only by our lack of ghosts we’re haunted’. Pero tal vacío no tiene sentido en las literaturas nativas canadienses: ‘For the Indigenous Peoples the wilderness was not empty but full, and one of the things it was full of was monsters. The west coast forests are prowled not only by the well-known Sasquatch, or Bigfoot, but by the Hamatsa and the Tsonoqua, to name just three. And in eastern woodlands, there is the fearsome and many faceted Wendigo’ (según Atwood en texto electrónico). Sobre este último trataremos ahora. En 1936, el estadounidense Ogden Nash recitaba “The Wendigo”:
The Wendigo, The Wendigo! Its eyes are ice and indigo! Its blood is rank and yellowish! Its voice ir hoarse and bellowish! Its tentacles are slithery, And scummy, Slimy, Leathery! Its lips are hungry blunnery, And smacky, Sucky, Rubbery! The Wendigo, The Wendigo! I saw it just a friend ago! Last night it luked in Canada; Tonight on your veranda! As you are lolling hammockwise it contemplates you stomachwise. You loll, It contemplates, It lollops. The rest is merely gulp and gollops. (Colombo, p.127)

Sus ojos no son de hielo, sino su corazón. No tiene tentáculos, sino garras. Sus labios tampoco son gruesos, porque se los come. Y no brama, silva. Nash era estadounidense, por lo que desconocía al Wíndigo que puede ser —como los two-spirited, como el trickster— hombre o mujer. Una representación aún más errónea es la de Algernon Blackwood (ni siquiera canadiense, sino inglés), como la de muchos otros autores no nativos. Pero demos el punto de vista de los nativos canadienses sobre su windigo Para el dramaturgo y guionista de cine cree Keneth Williams,

In Cree, he's called Weetigo. He takes many forms, some describe him as a starving human, but other stories describe him as a white wall of snow with razor sharp teeth and eyes that glow like stars. The big fear for Crees is that he'll steal your soul. The other thing to remember is to never mention his name until Winter, otherwise you'll summon him to you. Winter is the only safe time you're allowed to tell any stories, especially Weetigo stories.—Fragmento de correo electrónico recibido desde Saskatoon en junio del 2004.

Y es que, para los nativos norteamericanos, hay historias para contar en invierno, cuando se necesita mantenerse a resguardo, o sea permanecer dentro; digamos durante las heladas que caracterizan a Saskatchewan. Ahora que también existen historias para el verano, unas son sagradas y otras pueden ser contadas por cualquiera, dependerá de cada tribu; es por contar las sagradas sin su aval (nativo) que los escritores indios norteamericanos acusan de hurto cultural a los blancos.
Mientras son mayormente cree/objyway quienes temen al Wíndigo, en general el término puede encontrarse en culturas pertenecientes a la familia lingüística algonquina: deriva de la raíz “witiku”, y varía a lo largo del tiempo y los pueblos. Por mencionar apenas algunas instancias, equivale a los vocablos Wendigo, Windego, Wetiko, Windago, Windikouk, etc. No obstante, al referirse a un ser sobrenatural, se prefiere escribir con mayúscula inicial (Wíndigo), para diferenciarlo del humano caníbal (wíndigo).
Los cazadores extraviados o quienes por otras razones han experimentado largos periodos de hambruna, particularmente durante el invierno o al ayunar, pueden incurrir en canibalismo como último recurso para sobrevivir. Así, se transforman en wíndigos, caníbales poseídos por el espíritu del Wíndigo. Cuando esto sucede, según la narrativa nativa canadiense devienen violentos y antisociales. Aún si regresan a la civilización y vuelven a alimentarse normalmente, se teme que no dejen de experimentar un antojo por la carne humana, lo que pondría en peligro al resto de la comunidad. Ejemplo de ello sería el Wíndigo de Brebeuf`s Ghost, que pierde la razón a causa del hambre.
Ahora bien, como el Wíndigo se asocia con una impía helada, encarna sus características: debido al frío, posee un corazón de hielo (al relacionarlo con la ausencia de calor que es movimiento, el Wíndigo es aún más temible porque no siente emociones); ventiscas (o blizzards: se le figura sin pies, emparentándolo con la velocidad y una angustiosa desesperación); un exterior peligroso. Según las historias que Colombo (1982), Johnston (1995) y Morriseau (1965) han recolectado, existen distintas maneras de convertirse en wíndigo: por la maldición de un brujo (medicine man), al soñar un Wíndigo, al ser mordido por un Wíndigo, al topárselo y hasta por el mero hecho de escuchar sobre su existencia.
Encarnación de la gula, mientras más come, se torna más grande. Muchas anécdotas mencionan que el Wíndigo es una suerte de ogro u horrible gigante que crece con cada víctima de la cual se nutre. Pero no es inmortal; para algunos puede aniquilársele con una bala de plata, como a un hombre lobo. Según cuenta una historia objiway (la primera acuñada por Norval Morriseau en Legends Of My People: The Great Odjibway, Toronto, The Ryerson Press, 1965), un medicine man llamado Big Goose peleó contra un Wíndigo hasta matarlo. Pese a que la criatura era “tan alta como las nubes”, Big Goose —con ayuda del Gran Manitou— se convirtió en el gigante Misashaba, librando a su comunidad de la amenaza. Un caso aislado sería el Wíndigo que se suicida y mata a su bebé para castigar al medicine man que lo embrujó (sin título, en Basil Johnston. The Great Manitou The Spiritual World of the Ojibway. NY, Harper Collins, 1995). En este sentido, cuanto más corpulento, apetece como in crescendo: algún humano, su comunidad, su propia familia, a sí mismo hasta una autofagia que comienza por morderse los labios y las uñas. Una caracterización extraordinaria aparece en la obra teatral Sucker Falls cuyo autor, Drew Haydn Taylor, asocia la gula del Wíndigo con el capitalismo. A este respecto, en The Great Manitou, Johnston incluye una definición de los “wíndigos modernos”, que serían ‘gluttonous multinationals, cuppidity of insatiable need of money, clearcuting entire woods’ (p. 235).
Más aún, ha llegado a estudiarse la sicosis del Wíndigo (“windigo psychosis”). En “Windigo’ Psychosis Among Algonquian-Speaking Indians”, Morton I. Teicher explica:
The outstanding symptom of the aberration called as windigo pychosis is the intense, compulsive desire to eat human flesh. In many instances, this desire is satisfied through actual cannibal acts, usually directed against members of individual’s immediate family... The individual who becomes a windigo is usually convinced that he has lost permanent control over his own actions and that the only possible solution is death. He will frecuently plead for his own destruction and interpose no objection to his execution.

Hoy en día mucha gente piensa que estos casos nunca existieron, o que no volverán a darse. Por el contrario, médicos y sicólogos –norteamericanos, se entiende- han registrado pacientes con tendencias caníbales, que son violentos y manifiestan una conducta extremadamente antisocial. Ahora bien, al tiempo que, se dice, hubo un estallido de casos análogos durante la década de los setenta, en la misma época nativos norteamericanos intelectuales ya criticaban los métodos de estudio de los científicos occidentales particularmente tras la publicación, en 1969, de Custer Died for your Sins: An Indian Manifiesto. Aquí, el sioux Vine Deloria denosta a los antropólogos que estudian a los “rojos” de Norteamérica, argumentando que a los investigadores “blancos” les preocupaba más ascender académicamente mostrando casos extraños, que el bienestar de los nativos, a quienes no comprendieron y, por consiguiente, para las comunidades indígenas sus estudios resultaron irrelevantes, cuando no les causaron daño. Por su parte, Vivian J. Rohl del San Diego State College demostró, en 1970, que la “sicosis del Wíndigo”, cuyos casos habían sido detectados entre los indios norteamericanos, probablemente era causada por la deficiencia de vitaminas B y C, así como de algunas proteínas básicas para el buen funcionamiento del sistema nervioso. Según sus estudios, los individuos a quienes se había diagnosticado la sicosis del Wíndigo no lograban dormir, podían presentar conductas violentas y creían haber sido poseídos por el Wíndigo (al cual Rohl calificó de “monstruo caníbal mítico”).
En términos estrictamente literarios, si para el crítico literario Gerald Vizenor (The Native American Renaissence, p.145) Occidente necesita de la tragedia para explicarse la historia, a mi modo de ver el Trickster ejemplificaría el valor de la comedia en la mentalidad nativa, debido a la importancia que tiene para ciertos indios el sentido de pertenecer a su comunidad. En ella es de gran importancia el Trickster, dispositivo para que ocurra la historia que enseña como repensar situaciones. Basil Johnston recopiló una anécdota donde el Wíndigo pelea contra Nana’b’oozoo (trickster objiway): sin esperanzas de ganar, dispuesto a convertirse en el barbecue de Wíndigo, Nanabush preparaba su propia pira funeraria cuando logró arrojarlo al fuego, con lo que Wíndigo se multiplicó. Siguiendo el consejo de un ratón, Nanabush le jugó un truco retándolo a caminar sobre el agua, con lo que los Wíndigos se ahogaron... En instancias como las dos que a continuación revisaremos, el Wíndigo actúa como Tríckster.
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BREBEUF’S GHOST DE DANIEL DAVID MOSES (delaware de Ontario)
Si los canadienses se distinguen por un nacionalismo icónico (“flaggy nationalism”), esta obra ironiza el icono cuando la sangre caída aparece metaforizada como ‘hojas de arce en la nieve’ (p.20).
Muchas historias de la literatura canadiense inician con algo así como que los primeros textos producidos en Canadá consisten en literatura de viaje o se emparentan con los relatos aborígenes: diarios, informes, cartas y autobiografías, escritos por exploradores y misioneros. En 1535, el navegante francés Jacques Cartier condujo la primera incursión al norte del rio Saint Laurence, cuyo itinerario describió en Bref recit de la navigation de Canada (1545). Otros personajes que escribieron sobre la vida en Canadá durante 1600 y 1700 fueron Samuel de Champlain y Marie de l’Incarnation —quien nada menos fundó la orden de las monjas ursulinas—, así como Jean de Brebeuf.
Brebeuf, misionero jesuita francés cuyas cartas suelen incluirse al inicio de las historias de literatura canadiense, ejemplifica la dificultad para juzgar la Historia Mientras los católicos lo adoran cual mártir (en la Catholic Encyclopedia su nombre es signo de una vida por demás ejemplar), en obras tipo Brebeuf`s Ghost puede apreciarse que no pocos nativos norteamericanos lo ven desde otra perspectiva pues aparece como figura, si no negativa, ambigua. Para demostrarlo, conviene comparar las perspectivas entre una historia de la literatura canadiense, y la Enciclopedia Católica. Varias de las primeras inician con algo así como que Brebeuf (1593-1649) fue un misionero jesuita y mártir. Fundó la primera misión entre los hurones en Georgian Bay, en 1626. Para convertirlos bregó contra no pocas dificultades. Los iroqueses, enemigos de los hurones, lo capturaron y asesinaron el 16 de marzo de 1649. En The Beginnings of Canadian Literature, se asienta que
Jean de Brebeuf (1593-1649), was a French Jesuit missionary and martyr. He established the first mission among the Huron Indians on Georgian Bay, Canada, in 1626. To convert them, he underwent great hardships. The Iroquois tribe, enemies of the Huron, captured and killed him on March 16, 1649.

Compárese el anterior libro de texto con la Catholic Encyclopaedia:

By 1647 the Iroquois had made peace with the French, but kept up their war with the Hurons, and in 1648 fresh disasters befell the work of the missionaries — their establishments were burned and the missionaries slaughtered. On March16th, 1649, the enemy attacked St. Louis and seized Brébeuf and Lallemant, who could have escaped but rejected the offer made to them and remained with their flock. The two priests were dragged to St. Ignace, which the Iroquois had already captured. On entering the village, they were met with a shower of stones, cruelly beaten with clubs, and then tied to posts to be burned to death. Brébeuf is said to have kissed the stake to which he was bound. The fire was lighted under them, and their bodies slashed with knives. Brébeuf had scalding water poured on his head in mockery of baptism, a collar of red-hot tomahawk-heads placed around his neck, a red-hot iron thrust down his throat, and when he expired his heart was cut out and eaten. Through all the torture he never uttered a groan. The Iroquois withdrew when they had finished their work. The remains of the victims were gathered up subsequently, and the head of Brébeuf is still kept as a relic at the Hôtel-Dieu, Quebec. His memory is cherished in Canada more than that of all the other early missionaries. Although their names appear with his in letters of gold on the grand staircase of the public buildings, there is a vacant niche on the façade, with his name under it, awaiting his statue. His heroic virtues, manifested in such a remarkable degree at every stage of his missionary career, his almost incomprehensible endurance of privations and suffering, and the conviction that the reason of his death was not his association with the Hurons, but hatred of Christianity, has set on foot a movement for his canonization as a saint and martyr. An ecclesiastical court sat in 1904 for an entire year to examine his life and virtues and the cause of his death, and the result of the inquiry was forwarded to Rome.

La fuente continúa abogando por su canonización. Habiendo sido Brebeuf’s Ghost emparentada con Macbeth, Moses ha subrayado que para crearla se inspiró, no se basó, en Shakespeare. Sin embargo, cual Banquo, el fantasma de Brebeuf actúa como una suerte de conciencia.
Ya desde la segunda página se establece un cierto paralelo entre los puntos de vista católico y objiway: la alusión a las plegarias (‘Give us this day our daily bread’) introduce la creencia en un paraíso pródigo en alimentos; al mismo tiempo, a lo largo de la obra se sugiere que la iluminación chamánica puede resultar de las alucinaciones a que conduce el ayuno —en la página 60, ante la afirmación de ‘Fasting is not so hard’, una aborigen responde ‘When there is nothing to eat’.
El primer punto argumental aparece cuando Joseph, un hurón converso, tras capturar a Feather dice a Pierre ‘This is your mouse’. Acto seguido, pierde la razón, lo que comienza con un antojo. Pero el verdadero espíritu caníbal del Wíndigo se anuncia con viento, ventiscas, la tormenta, y una analogía en boca de Joseph: ‘Thunder closer by… It is as loud as my stomach… That is what it is, another stomach rumbling… a monstrous gut’. A continuación, abundan las metáforas del Wíndigo: Pierre, el padre Noel (quien se comió el cadáver del iroqués tras establecer un paralelo entre comunión y antropofagia), Sturgeon (chamanismo) y su transformación de Hail a Sturgeon en una serpiente devorándose a sí misma (wíndigo: ¿suerte de uróvoros?). O cuando el padre Noel, ‘entirely cannibal now’, roba al bebé que acaba por arrojar porque (p.93) ‘The baby tried to bite him… he was grinding his new teeth… / Chewing the tips of his fingers’.
Aquí, Moses echa mano de lo que Spivak denomina esencialismo estratégico al estereotipar a sus personajes en beneficio de expresar la complejidad de cosmovisiones: la sinrazón de un blackrobe (misionero) más preocupado por el bautismo que por cazar para sobrevivir; el francés comerciante de pieles (furtrader) que sólo se muestra católico cuando hay vino de la comunión. En efecto, aún si el subtítulo de Brebeuf’s Ghost es “A horror tale”, no carece de humor: Samuel, el francés comerciante de pieles que, en efecto, se declara creyente cuando hay sangre de cristo, torpemente intenta aprender del chamanismo nativo canadiense. Por su parte Thistle, al ver llorar a Pierre, duda que éste último haya sido poseído por un Wíndigo pues, a su modo de ver, ‘cannibals don’t cry’ (p.85).
*
SUCKER FALLS DE DREW HAYDN TAYLOR (objiway)
Autor de numerosos títulos narrativos y teatrales, el buen talante de Drew Haydn Taylor queda manifiesto al comenzar sus conferencias y lecturas con la anécdota de cómo, cuando representaron su obra The Pow Wow en Venecia, los actores italianos pronunciaban “Il pawawa!”.
Bien, pues, de entrada, estamos ante un musical escrito por encargo. Un par de compañías de teatro de Vancouver encargaron a Drew Haydn Taylor crear una obra semejante al clásico de los treinta Austief und Fall der Stadt Mahogany (de Brecht y Weil), mas –especificaron los productores—con el sabor aventurero de Bonnie and Clyde. En síntesis, tal texto dramático postula el comunismo de Brecht al criticar la llegada del capitalismo a una ciudadela habitada por alcohólicos, jugadores y prostitutas. Austief und Fall... versa sobre un grupo de proscritos quienes, cansados de aventuras, deciden establecer su propio pueblo, donde ellos establecerán las reglas o, mejor, donde no habrá ley alguna. Al resultar un éxito, otros proscritos van a Mahogany que, en su versión de Suckerville, atrae a cuatro leñadores de Alaska quienes, tras cuatro años de arduo trabajo para amasar una cierta fortuna, sólo quieren divertirse. Uno tras otro morirá de excesos, incluyendo al último, quien comete el único crimen considerado prohibido en Suckerville: adquirir una deuda que no puede pagar. En entrevista con quien esto suscribe, Haydn Taylor afirmó:
My challenge was to find an Aboriginal angle to this story, a way of embracing the concepts from the Native perspective. So I had to think of the best example I could come up with for Aboriginal capitalism. And that was a casino. In Ojibway/Cree mythology, the Wendigo was a cannibal spirit. Always hungry and ravenous. Always eating and never satisfied. And the more it eats, the bigger it gets, and the bigger its appetite becomes. To me, that was like greed or ambition (or capitalism), no matter how much you have, you always want more. I thought it was the perfect metaphor, hovering over the casino.

Curioso, nervioso, Donnie recuerda al Pierre de Brebeuf’s Ghost—hasta se come los dedos. Más aún lo hace la representación de los personajes, aquí paródica/irónica desde el nombre: Anthony Reeper, Donnie Reeper, la matrona Ladybug LaFlesche. Y en cuanto a nombres, no es gratuito que la obra comience en un camper marca Winebago pues el nombre de los winnebago, algonquinos, suena como wíndigo; al mismo tiempo su contraparte, el trickster, ha sido más estudiado en las historias winnebago (Winnebago cicle) que en relatos de otros pueblos nativos norteamericanos.
De manera explícita, Sucker Falls expresa demandas de los nativos como autogobierno y propiedad de la tierra. En efecto, al proponerse erigir un casino ilegal, Ladybug Laflesch opina: ‘Canadian society’s need for social justice and middle-class guilt shall give us carte blanche. The world, or our little section of it, will be at our moccasin covered feet’. En este mismo tenor, el wíndigo que protagoniza Sucker Falls semeja más al de una tira cómica, pues antes de engullir, he ‘rubbs his hands with glee’.
Sin dar fin a Wollverine, cabría preguntarse si habrá wíndigos en Nueva Guinea, o si quiénes nos mordemos las uñas estaremos cometiendo autofagia…

DETONANDO ESTEREOTIPOS (Por: Ivàn Mejìa)


La identidad es un traje que otros te visten y te obligan a llevar, hablar se convierte entonces en una forma de rebeldía, porque te permite enfrentarte a esas percepciones.
Kutlug Ataman

Intentamos con ahínco cambiar la actitud de la gente hacia la raza, pero es como intentar hacer castillos en el aire.
Kara Walker






El discurso neocolonialista es tema fundamental en la teoría de la cultura y la historia contemporánea, por ser una problemática subrayada por la globalización y sus fenómenos latentes. Dicho discurso se analiza insistiendo en la construcción arbitraria, mecánica y sistemática de los signos sociales y culturales que elabora. Es decir, se suele recalcar que es un discurso racista, sexista, patriarcal y falocéntrico. Pero desafortunadamente estas críticas suelen resultar intencionalistas, moralistas o nacionalistas.
Homi Bhabha (India, 1949) en su texto “La otra pregunta”[1], avanza hacia otros aspectos poco atendidos. Pasa del estudio del estereotipo colonial como positivo o negativo a una comprensión de los procesos de subjetivación, que niegan una identidad o una singularidad a objetos de diferencia, sexual o racial, siempre en demanda de un cálculo específico y estratégico de sus efectos. Diseña un modelo cuatripartita que es: metafórico/narcisista y metonímico/agresivo, para analizar el modo de representación de la Otredad y su arma más eficaz que es el estereotipo.
Con este modelo cuatripartita y psicosocial, Bhabha enuncia postulados de gran importancia para estudiar el discurso colonial. De los cuales extraeremos tres ideas:
1. El discurso colonial es una articulación compleja de los tropos del fetichismo (metáfora y metonimia) y las formas de identificación narcisista y agresiva disponibles para lo Imaginario. El discurso estereotípico es una estrategia de cuatro términos. Hay una conexión furtiva entre la función metafórica o enmascaradora del fetiche y la elección de objeto fetichista, narcisista, y una alianza opuesta entre la figuración metonímica de la falta y la fase agresiva de lo Imaginario. Un repertorio de posiciones conflictuales constituyen al sujeto en el discurso colonial.
2. El discurso colonial es un aparato que gira sobre el reconocimiento y la renegación de las diferencias racial/cultural/históricas. Su función estratégica predominante es la creación de un espacio para “pueblos sujetos” a través de la producción de reconocimientos en términos de los cuales se ejercita la vigilancia y se incita a una forma compleja de placer/displacer. Busca autorización para sus estrategias mediante la producción de conocimientos del colonizador y del colonizado que son evaluados de modo estereotípico pero antitético. El objetivo es construir al colonizado como una población de tipos degenerados sobre la base del origen racial de modo de justificar la conquista y establecer sistemas de administración e instrucción.
3. Los anteriores axiomas sostienen que: un estereotipo no sólo es una imagen falsa sino que es además una imagen ambivalente de proyección e introyección, que revela algo de la fantasía de la posición de dominio, por tratarse de un fetiche en términos psicoanalíticos. Es un concepto que articula lo histórico con lo fantástico en la producción de efectos políticos del discurso.
Para Bhabha, el estereotipo es una imagen ambivalente que permite conocer algo de la subjetividad del discurso colonialista. Y enuncia que es un deseo por el retorno a la madre. Bhabha deja de lado la apasionada –y “clásica”- crítica anticolonialista, no para continuar discrepando con los estereotipos, sino para perturbar la subjetividad colonialista.
Al estudiar el discurso colonial que lo había objetivado, Bhabha logra enunciar que él es un sujeto capaz tanto de autodefinirse y romper con los estereotipos que le han asignado, como poner en crisis el ideal que el occidental tiene de sí mismo. El estereotipo es un enunciado articulado por un sujeto que distorsiona la realidad y al mismo tiempo establece mecanismos para controlarla. Para Bhabha no se trata de juzgar un estereotipo como bueno o malo, sino procurar entender la subjetividad occidental.
La parodia desarticula las imágenes legitimadas. Los intereses político y económico de los Estados van creando la imagen de los enemigos según sus conveniencias históricas. No hay dominantes y dominados como no hay víctimas y verdugos. No hay posiciones separadas: el poder se realiza según una relación dual, en la que éste lanza un desafío a la sociedad, y está sometido al desafío de existir. Si no puede «intercambiarse» en función de ese ciclo mínimo de seducción de desafío y de astucia, sencillamente desaparece.
En la producción artìstica, productores que viven o bien se refugian en el 1er Mundo tras el exilio migratorio, o bien continúan en la periferia, y que se sirven del medio artístico como acto político, toman el arte como instrumento para adjudicarse el derecho de narrar sus propias experiencias para constatar, de este modo, las discriminaciones en cuanto a raza, género o clase social. El medio artístico es tomado como arma de crítica y denuncia por muchos/as inmigrantes o hijos de inmigrantes, que sienten a diario las discriminaciones a las que les someten las sociedades de "acogida".
Viene al caso: "Dos Amerindios aún no descubiertos"[2], de Guillermo Gómez Peña (México, 1955) y Coco Fusco (USA, 1960). En tono burlesco, se exhibieron en una jaula metálica como provenientes de una isla ficticia. Los guías del museo les daban de comer en la boca, y los conducían al baño atados con correas para perro. Al lado de la jaula, en placas taxonómicas, se describían los trajes y las características físicas y culturales del lugar de donde supuestamente provenían.[3]
Además de ejecutar "rituales genuinos", a cambio de una módica donación, escribían en una lap-top para comunicarse con el chamán de su tribu; simulaban ver sorprendidos videos de su tierra natal; escuchaban rap o rock en español en un estéreo portátil; estudiaban detenidamente y con binoculares el comportamiento del público, y, cantaban o relataban historias simulando algún dialecto. A los visitantes se les permitía tomarse una “foto de recuerdo” con los “primitivos”, como las de los antiguos viajeros.[4] Todo en una actuación que, sin importar el país donde se presentaran, el público (en su primera visita) creìa que la exhibición realmente era una pareja de indígenas recién descubiertos y no que se trataba de una performance.




Gómez Peña y Fusco pusieron en funcionamiento el estereotipo del “indígena incivilizado y dominado”. La pieza llevada a cabo en 1992, en pleno debate sobre el quinto centenario de la llegada de los europeos a tierras americanas remitía a las exhibiciones pseudo-etnográficas de seres humanos populares desde el siglo XVII hasta principios del XX en Europa, quienes eran exhibidos -contra su voluntad- como especímenes “míticos” o "científicos", tanto en tabernas, jardines, salones y ferias, como en museos de Etnografía y de Historia Natural –frecuentemente- junto a un muestrario de la flora y fauna de su “lugar de origen”; y obligados a vestir trajes y utilizar artefactos rituales -diseñados por el propio empresario- que poco o nada tenían que ver con su realidad cultural.
Gómez Peña y Fusco intentaron no solo subvertir el estereotipo asignado al indígena, sino subrayar que el occidental no ha podido liberase de su imaginario colonialista, pues el público europeo cree estar ante un “descubrimiento inaudito”, y no ante una performance que realizan artistas que son los que en realidad observan su comportamiento y sus temores hacia lo “diferente”, a lo que está más allá de su canon.





Gómez Peña también ha inquirido en las repercusiones sobre el cuerpo en relación con la cultura fronteriza y la desterritorialization, la identidad transcultural, las relaciones raciales y tecnológicas entre los latinos y los EE.UU. como una experiencia tiránica y no simplemente como una teoría académica. Estas expresiones, abren varias líneas de discusión sobre el acceso, la política de identidad, el idioma, lo marginal hacia las mujeres, los chicanos, los afroamericanos, americanos nativos en EE.UU. y Canadá, y artistas que viven en países en vías de desarrollo.
En su proyecto de performance/instalación/website llamado "Mexterminator": un "Diorama Viviente", en el que interpreta a un "etno-cyborg", construido a base de estereotipos del “macho mexicano”, del “latin lover”, de personaje de película de la sci-fi mexicana de los 50 y del “bandido fronterizo”. Los aditamentos prostéticos de Gómez Peña son, una silla de ruedas y computadora portátil decorada con una calcomanía 3-D de la Virgen de Guadalupe, que le sirve tanto de altar portátil y oficina, como de banco de datos.




Esta pràctica de "alta tecnología azteca”, como Gómez Peña bautizó sarcásticamente y que después denominó: "arte techno-razcuache", pondera que la alta tecnología sigue siendo una cuestión privilegiada. De hecho, Gómez Peña ha comentado que constantemente le dicen, en E.E.U.U., que es un "latinou incapaz de ocuparse de la alta tecnología”. Que lo que hace es una especie de “low-tech” (baja-tecnología). Que debería seguir haciendo murales, planeando revoluciones en los cafés, y bailar “salsa” o “quebradita”.
Los "ethnocyborgs" y los “salvajes artificiales”, arquetipos de Gómez Peña, predican los miedos más profundos y encarnados con respecto al latino, a su "otro", a los inmigrantes y a las personas de color. Los críticos estadounidenses de Gómez Peña encuentran ahí, sus propios monstruos psicológicos y culturales: el “chicano”, el “travestido cultural” y “exótico”, el “latino neo-nacionalista”, el “cholo”, el “pinto”, el “chuco”, el “homie”, el “vato loco”, el “lowrider”:

Cuando me preguntan por mi nacionalidad o identidad étnica, no puedo responder con una palabra, pues mi ‘identidad’ ya posee repertorios múltiples: soy mexicano pero también soy chicano y latinoamericano. En la frontera me dicen ‘chilango’ o ‘mexiquillo’; en la capital ‘pocho’ o ‘norteño’, y en Europa ‘sudaca’. Los anglosajones me llaman ‘hispanic’ o latinou’ y los alemanes me han confundido en más de una ocasión con turco o italiano’.[5]




Las relaciones de aculturación están acompañadas de imágenes de los otros y de sí mismos. Por una parte, la experiencia histórica nos ha mostrado que el lado intervencionista ha creído tener la prerrogativa de autoconcebirse como poseedor de la “cultura” y de no tener por qué alcanzar a reconocer en el otro este mismo rasgo, además de confinar radicalmente al interlocutor al mundo de la “naturaleza” o, en el mejor de los casos, limitarse a aproximarlo o relegarlo al mundo de los que pueden ser de condición humana.
Según Todorov, por ejemplo, los otros, a los que se les ha denominado como “indios”, tienen dos rasgos principales, el de la “generosidad” y la “cobardía”. Esto refleja -dice nuestro autor- el sentimiento de superioridad, que engendra un comportamiento proteccionista de los conquistadores (2000:47). Las actitudes de los que se sienten conquistadores descansan en la manera de percibir a los otros y ésta manera de ver es totalmente ambigua. Los indios en el mejor de los casos son considerados como humanos y por tanto asimilables al proyecto o bien son vistos como diferentes y se ubican en términos de superioridad e inferioridad.
“Civilizar” en esta perspectiva es hacer que los otros reciban lo necesario para transformarse en algo semejante a los unos y estar sujeto a los patrones pre-establecidos por éstos. Una vez más, los otros son solo “objetivos” convertibles o transformables en la medida que aprenden algo de la cultura conquistadora. De ahí que civilizar connota necesariamente una relación de sujeción-sumisión. Esta práctica se mantiene en diversos campos, basta observar la práctica de “la guerra santa”, la de la “justicia duradera”, o la de los enfrentamientos en Medio Oriente. Los “otros", si no se someten como se espera, deberán desaparecer porque constituyen un peligro para los “unos”.
El lenguaje queda relativizado a la “verdad” de cada individuo que, desde su punto de vista, prohíbe, denosta y descalifica la palabra de los otros. Estos se mantienen en la esfera de lo exótico o folklórico. Los otros para los inculturadores son considerados como “menores de edad” o marginados y pobres. Las relaciones asimétricas engendran dificultades para identificar a los otros como a sus verdaderos interlocutores. La reformulación de las identidades se dan de manera mecánica e inmediata, pues la formación de las identidades muchas veces se definen mejor en contraposición o frente a otros que las juzga, o se presenta, como diferente.



Shirin Neshat a partir de la visión de lo femenino en la sociedad islámica actual, investiga los conflictos culturales que resultan del choque entre la tradición y la modernidad, las cosmovisiones de Oriente y Occidente. Su obra traspasa las fronteras de la nacionalidad, cultura y recursos artísticos para investigar la identidad contemporánea en un mundo globalizado.
Shirin Neshat dice que la imagen típica que se tiene en Occidente de la mujer musulmana: sumisa, pasiva, víctima, se diluye cuando se conoce el papel de esa mujer en su sociedad, se comprende que esa imagen es falsa y que estas mujeres actúan constantemente en su entorno, sosteniéndolo, unas veces, y enfrentándolo, otras, con actitudes difíciles de calibrar con el rasero occidental.

La problemática de la mujer musulmana tal como se vive hoy es la de una mujer retenida como rehén entre dos mundos: un mundo interior musulmán en el cual se le usurparon muchos de sus derechos -a veces todos sus derechos- y un mundo exterior, no musulmán donde esta representada como el arquetipo, por excelencia, de la mujer oprimida y en el cual le han condenado -sin piedad- a una representación esteriotipada implacable. Mientras el interior de las sociedades musulmanas le ha confiscado sus derechos en nombre del Islam durante siglos de historia, en el exterior se sigue instrumentando esta imagen de “mujer víctima” para justificar las teorías mas dramáticas como aquellas del choque de civilizaciones de la incompatibilidad del Islam con la modernidad, del mundo civilizado y el mundo bárbaro, del bien y del mal.
Occidente està profundamente convencido -desde su supremacía cultural- de la necesidad de tomar la defensa de esta victima del Islam y de ayudarla a "liberarse" de todas las tradiciones culturales retrogradas. Fantasía que se nutre de la imagen personificada de la mujer sometida. Sometida a los hombres, a las costumbres tribales y a las leyes del Islam. El discurso sobre la mujer musulmana está plagado de tópicos que, al convertirse en usuales, parecen prácticamente irrefutables. Son repetidos hasta la saciedad y ejemplificados con patéticos relatos que inciden siempre en lo mismo. A Occidente lo único que lo mueve es el tenaz deseo de corroborarse una y otra vez. Necesita comprobar que sus valores son universalmente aceptados y aplaudidos.
Edward Said dice: Los estereotipos sobre los "musulmanes" se difunden "con sangre fría”. En esta lucha incesante por imponer paradigmas y visiones del mundo. Neshat busca quebrantar los arquetipos que Occidente ha hecho sobre Oriente, y su óptica se ha centrado, fundamentalmente, en el análisis de la condición de la mujer frente a la sociedad, elaborando con ello una visión basada en binomios de género: occidente/oriente, masculino/femenino, casa/urbe, amor/violencia, nostalgia/rechazo, memoria/futuro.
Shirin Neshat profundiza -a través de sus fotografías y vídeos- en la complejidad de la cultura islámica, sugiriendo las tensiones existentes entre la identidad cultural colectiva y la expresión de una libertad individual. Introduce al público al microcosmos privado de las mujeres musulmanas. Explora la complejidad de las condiciones al interior de la cultura islámica, con una mirada dirigida específicamente al papel que desempeña la mujer en los países del mundo oriental. Nos cuenta historias sencillamente narradas por las imágenes que recogen la vida de la mujer en el Islam. Estas, abarcan la vida íntima dentro del hogar, la persecución de la mujer en la ciudad y el ritualismo colectivo.





En su serie de retratos titulada Unveiling, de 1993, Neshat a partir de la visión de lo femenino en la sociedad islámica actual, investiga los conflictos culturales que resultan del choque entre la tradición y la modernidad, las cosmovisiones de Oriente y Occidente. Mujeres islámicas, incluida ella, posan con el chador característico de las sociedades musulmanas. En estas fotografías en blanco y negro sólo quedan al descubierto los ojos, las manos y los pies de las protagonistas, que Neshat cubre con textos en caligrafía persa,
Su serie fotográfica Women of Allah de1993, muestra casi siempre a la propia autora vestida al modo tradicional musulmán. Sobre su rostro, vestido, manos, escribe caracteres persas inscritos sobre el cuerpo de la artista. Estos autorretratos pueden definirse como un proceso de cuestionamiento de la artista situada en un cruce de culturas e identidades. El cuerpo, el velo, las armas y la escritura son los elementos que se conjugan en estas imágenes, funcionado como símbolos, en muchos casos contradictorios, al servicio de la construcción de un sujeto heterogéneo. Lo que busca es subvertir el estereotipo masculino de mártir islámico y evidenciar la violencia ejercida sobre las mujeres en estas comunidades, al mismo tiempo que se pregunta por las inevitables relaciones entre política y religión, terrorismo y fundamentalismo, ira y devoción.
Rebellious Silence, 1994, es un buen ejemplo que intenta representar esta trascendencia que no persigue fines morales, por lo tanto no esta afectada por esa fiebre que sufre nuestra visión occidentalizada. El silencio es un fin que promete una nueva etapa, sin la aspiración de un control sobre el ciudadano, delimitando en su crisis los valores que no es capaz de percibir la filología y otras disciplinas humanísticas. El silencio es otro velo metafórico, alude a la represión de la voz femenina en la tradición islámica. Pero la autora utiliza estratégicamente dos elementos para deshacer ese silencio: la escritura sobre el rostro y la mirada. El mandato patriarcal sería velar la mirada bajando los ojos y velar la voz para no hacerse oír. La mirada masculina recibida por las mujeres entrañaría, una cuestión de poder, relacionada con una desposesión de las mujeres de su propio cuerpo y de su libertad. La violencia de género se constituye como una de las causas de mayor relevancia en la presencia de diversos cuadros sintomáticos en salud mental, como en la salud física de las mujeres, a nivel mundial. El dolor del cuerpo, el bienestar y el placer del cuerpo, la vivencia y relación con el cuerpo, son dimensiones desde las cuales podemos constituirnos en un referente que aporte nuevas reflexiones y experiencias en la salud de la mujer.
El cuerpo femenino en el Islam es uno de los tópicos más controvertidos, ya que se utiliza a menudo como campo de batalla para ideas políticas. Está rodeado de todo tipo de tabúes y estrechamente vinculado a las nociones de "pecado" y de "vergüenza". El velo como límite físico significa mucho más que una prenda de vestir; refleja una profunda carga ideológica y la forma en que el Islam define y separa los espacios masculino y femenino. Las armas representan la violencia que parece inseparable del mundo islámico, ante las que la mirada y el cuerpo de la mujer sugerirían la vulnerabilidad de la naturaleza humana frente a la autoridad y los intereses políticos. La escritura se refiere a la posibilidad de la voz femenina contra el silencio impuesto, y también la escritura femenina como una salida frente a la oralidad o la escritura sagrada de los mandatos islámicos retransmitidos desde todos los medios de comunicación cotidianamente, en la religión, la política, la familia.[6]
Cuestiona tanto el patriarcado como el colonialismo y se incide en el doble papel que juega la artista, el arte, en relación al entorno en el que surge. Busca ir más allá de los prejuicios asimilados tanto hacia el arte de otras culturas, como hacia las formas de comportamiento de éstas, para dejar de lado las concepciones esencialistas que fomentan los medios de comunicación, y permitirse narrar su propias historia.
Oriente y Occidente se recrean el uno al otro, dependiendo de las condiciones en que se relacionan, en una relación de poder. Oriente no es el Oriente, y Occidente no es el Occidente, sino una construcción ideológica, una percepción del Otro desde un Nosotros. Occidente ha orientalizado al oriente, ha creado al Oriente que le conviene. A su vez, el oriente árabe ha creado representaciones sobre el Otro, que hace tambalear la mirada de los árabes sobre Occidente y sobre sí mismos, en una lucha entre lo que son y lo que quieren ser.[7]
Las miradas que reproducen Oriente y Occidente sobre el Otro, operan como una dialéctica identitaria, en que ambos se definen su identidad en contraposición con su Alter, de esta manera. El Otro forma parte de la visión que tenemos de Nosotros”, pues el Otro es también un espejo de Nosotros, debido a esta forma de identificarse como lo opuesto, lo contrario, como la negación a la otredad, de esta manera el Otro representa el lado nuestro lado mas oscuro.
Tanto Oriente como Occidente, paradójicamente, representan a su contrincante identitario, de una parte como objeto de fascinación y, por otra, constituye una fuente de desconfianza a la vez. Occidente es representado en Oriente, por algunos, como un modelo de modernidad, una fuente científica que hay que imitar para salir del subdesarrollo y para liberarse del pensamiento islamista. No obstante, Occidente también es representado como una fuerza ocupadora, colonizadora, que explota sus recursos, menospreciando sus valores y su cultura.
Las miradas de Occidente hacia Oriente, son reproducidas, por una parte, como un Oriente exótico, de cuentos del desierto, de remanso espiritual, un lugar de fantasías, de erotismo y sexualidad. Asimismo Oriente también es visto por su otredad, como la cuna del fundamentalismo, el fanatismo, la barbarie, el lugar para la colonización y la explotación, convirtiéndose así, en un Occidente que tiene la convicción de ser la civilización, el único modelo posible de vida humana.
Según Said el Orientalismo designa el modo de Occidente relacionarse con Oriente, basado en el lugar especial que éste ocupa en la experiencia de Europa. Además de representar su contrincante cultural y uno de los sus retratos más profundos de “Lo Otro”, Oriente ha servido para que Occidente se defina en contraposición a su imagen, los occidentales han construido su identidad, y la de los orientales en paralelo, una es la que no es la otra, de manera tal que la visión orientalista se basa en la distinción absoluta entre ambas identidades. Una segunda acepción del orientalismo que señala Said, se refiere al estilo de pensamiento que se basa en la distinción ontológica y epistemológica que se establece entre ambas identidades. El tercer significado del orientalismo, es entenderlo como una “Una institución colectiva que se relaciona con Oriente, relación que consiste en hacer declaraciones sobre él, adoptar posturas sobre él, describirlo, enseñarlo, colonizarlo y decidir sobre él; en resumen, el orientalismo es un estilo occidental que pretende dominar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente”,[8] por lo tanto, podemos decir, que el orientalismo es un discurso, más que una doctrina, desde todo punto de vista, sea político, ideológico, sociológico, imaginario, militar, etc., por esto mismo, Oriente no es un tema sobre el que se tenga libertad de pensamiento, sino que constituye una red de intereses, un discurso que los orientalistas han universalizado para que inevitablemente se aplique.
El Orientalismo consiste también en una relación entre conocimiento y poder, que se entiende en cuanto conocer un objeto es dominarlo, tener autoridad sobre él, de manera tal que conocerlo es negarle autonomía. El conocimiento de su historia, su cultura, sus tradiciones, su sociedad y sus posibilidades es un instrumento que da poder, y en ese sentido el orientalismo es una estilo de occidente que crea a oriente, lo dirige, y lo controla, pues los orientalistas están convencidos que Oriente necesita ser rectificado por Occidente y para esto debe ser estudiado por él. Este conocimiento consiste en la distinción rigurosa y absoluta entre el Este “irracional”, “deshumanizado”, “diferente” y “anormal” y el Oeste “racional”, “humano” y “normal”. El tema de estudio de los orientalistas es el oriente convertido en algo conocido y por tanto menos temible y exótico a los lectores occidentales, a quien además de los orientales, va dirigido el orientalismo, convirtiéndose en una ciencia sobre Oriente, para conocerlo, analizarlo y de esa forma gobernarlo.
Otro concepto importante, relacionado y abarcado por el Orientalismo, al que Said hace mención, es el de Geografía imaginaria, entendiéndose por tal, la práctica de establecer en la mente, de separar y distinguir un campo familiar que es el nuestro territorio y uno no familiar que es el del Otro, así cada uno da sentido a su identidad, dramatizando la distancia y la diferencia de lo que esta cerca y de lo que está lejos, de tal forma que el oriente se orientaliza. Esto da origen a una oscilación, que esta dada por adquirir lo extraño y lejano la categoría de algo “más familiar”, con el fin de mitigar la novedad, de domesticar lo exótico, de manera que se pueda hacer discriminaciones relativamente matizadas, que no hubieran sido posible si no se hubiese manejado, por ejemplo la novedad del Islam, que se explica desde el nosotros, como una perversión de la realidad occidental, no siendo posible explicar al Otro sin nosotros, lo incorpora a su realidad para manejarlo.
De lo anterior, podemos inferir que los principales dogmas del Orientalismo, siguiendo a Said, adoptan cuatro formas: la primera, es la diferencia absoluta e incuestionable que existe entre un Occidente racional, desarrollado y superior, y un Oriente subdesarrollado e inferior. La segunda forma que adopta el orientalismo es que las abstracciones sobre Oriente de Occidente son preferibles a los testimonios directos de las sociedades orientales modernas. El tercer dogma, consiste en que Oriente es incapaz de definirse a sí mismo, asumiéndose como “objetiva” la descripción oriental del punto de vista occidental. Por último se asume que Oriente es una entidad que hay que temer y controlar.
Las consecuencias que ha traído la idea de Orientalismo, como discurso, que pretende ser reconocido como ciencia, doctrina universal y como verdad absoluta, son una red de estereotipos, de racismo, de imperialismo político y de ideología deshumanizada que recaen sobre todo lo que representa el Otro de los occidentales, el árabe y el musulmán, lo que ha conllevado a que en el mundo árabe islámico, objeto de este discurso, se identifique con la imagen que los orientalistas construyeron de ellos y como consecuencia de esto se ha producido una crisis identitaria, una lucha interna entre lo son, lo que quieren ser, el estereotipo que se le ha construido y lo que se pretende que sean.




Samuel Fosso[9] (Camerún en 1962) combina por tanto un mundo íntimo y otro muy amplio que incluye la visión local y global de lo que constituye ser africano: se convierte en salvaje, golfista. Las connotaciones políticas se acentúan inevitablemente en el tratamiento de sus raíces y de los clichés culturales a los que están sometidas por las culturas occidentales pero siempre con cierta ironía que aligera el contenido de denuncia de su trabajo. Se disfraza con diferentes personalidades que fotografía obsesivamente.



Fosso, se caracteriza por insertarse dentro de la línea del culto a la personalidad. El hecho de ser el único modelo de sus obras podría ser apenas anecdótico si no tuviésemos la impresión de que existe un ego que escapa a Fosso. Se aventura en otras identidades como si estuviese dudoso de la suya, o como si se recusase a entregarse enteramente y se divirtiese en ese juego de escondidas que un mirar superficial cualificaría de narcisista.



El movimiento de la abolición de la esclavitud trajo consigo, como reacción o efecto contrario, una nueva necesidad de diferenciación de los cuerpos humanos. En opinión de Mirzoeff, si en el régimen de esclavitud no todas las personas gozaban de la misma condición jurídica, ahora, la ciencia y el arte, conjuntamente, iban a sentar las bases para los nuevos criterios de clasificación de los seres humanos.
Si bien el colonialismo posibilitó un tipo de relación especial desde el que colonizadores y colonizados elaboraron sus propias identidades, las interrelaciones entre sus dos culturas ("nuestra misión es gobernarlos –que dijo Arthur James Balfour-, tanto si nos lo agradecen como si no"), es el colonizado, en este caso, el que se asoma al legado histórico de la esclavitud y de la era post-colonial.


Kara Walker[10] (California, 1969) explora la intersección de la raza, el género y la sexualidad, expresada a través de siluetas de tamaño real, que hacen alusión a la brutal y en ocasiones reprimida historia de las relaciones raciales americanas. La artista plasma el tradicional y apropiado estilo victoriano de siluetas de papel, directamente en las paredes de la galería. Esto crea un ambiente teatral donde expresa la complejidad de identidades a través de personajes en forma de caricaturas, cuyas situaciones son fácilmente identificables. En presentaciones de obras como la de “Darkytown Rebellion” la artista utiliza proyectores con luces de colores en la parte superior de la sala, con el objetivo de iluminar el techo, paredes y el suelo y darle un toque realista a sus exhibiciones.
Walker exploran episodios borrados de la historia oficial de EE UU sobre los abusos y la violencia de la esclavitud entre 1788 y 1863.
El 3 de febrero de 1794, un grupo de delegados haitianos ganó la votación sobre la abolición de la esclavitud celebrada en la Convención (el parlamento revolucionario). Uno de ellos era Jean-Baptiste Belley, liberto nacido en África Occidental. En 1797, Anne-Louis Girodet pintó un retrato de Belley que es una evocación elocuente de las tensiones del periodo expresadas en el cuerpo de una persona. Belley, con el uniforme de miembro de la Convención, está de pie delante de un paisaje tropical. Su rostro aparece en tres cuartos, posición empleada tradicionalmente para retratar a nobles y monarcas y su cuerpo se apoya en un busto del abate Raynal, que había exhortado a la abolición de la esclavitud. La blancura del mármol del busto y su alta frente clásica contrastan con la piel oscura y la frente marcadamente oblicua de Belley. En esa época, el ángulo craneano, era considerado un signo de escasa inteligencia. El solo hecho de que un africano fuese pintado en un estilo real por un artista europeo constituye un cambio portentoso, pero diversas señales colocadas en el cuerpo por el pintor tratan de destacar una nueva forma de superioridad: la de la raza.
Irónicamente, el éxito del movimiento para abolir la trata de esclavos dio origen a una nueva forma de diferenciación de los cuerpos humanos según a qué raza pertenecieran. Ya en el régimen de la esclavitud no todas las personas tenían la misma condición jurídica, pero ahora surgen nuevos criterios de clasificación de los seres humanos. Y hubo una verdadera profusión de trabajos científicos artísticos que se esforzaban por definir y poner de manifiesto las supuestas diferencias raciales de carácter inmutable.
Todo, desde el color de la piel a la forma del cráneo, la nariz y el torso, fue utilizado para probar que los seres humanos eran biológicamente diversos. Se compararon las estatuas griegas con los cuerpos africanos para brindar pruebas de esa diferencia, y se enseñaron técnicas de representación para hacer visible la raza en las imágenes. Aunque muchos artistas de ideas avanzadas participaron en la lucha por la abolición de la esclavitud, lo cierto es que eran la excepción.
La raza, contrariamente a lo que ocurría en el siglo XIX, ya no es un asunto que incumbe solo a la ciencia, sino que forma parte de la cultura popular. Kara Walker rechaza el postulado generalmente admitido de que las minorías en Estados Unidos deben ser representadas necesariamente en actitudes constructivas y elevadas. En cambio, las siluetas que recorta en papel negro muestran tanto a africanas como europeas dedicadas a una gran diversidad de actividades perversas. Valiéndose del tipo de silueta que servía de modelo a toda mujer distinguida de la época victoriana, Walker nos recuerda que esas mujeres podían vivir ociosas gracias al trabajo libre o forzoso de otras personas, y señala que es muy poco lo que ha cambiado desde entonces.
Todos estos artistas parecen sugerir que el legado histórico de la esclavitud y el colonialismo dista mucho de haber desaparecido. La renovada discriminación racial y la violencia contra las "minorías", relacionada con la reacción neoconservadora que tiene lugar en los 80 en Estados Unidos. La afirmación de la diversidad trae consigo profundas cuestiones sobre la cultura misma.
La mitología blanca, como la denomina Jacques Derrida, que ha propugnado Occidente y que generaliza sus particularidades transformándolas en globales (Derrida; 1971ª, 1989: 253-ss), operando imperializando las tecnologías de la comunicación y bélicas. “La metafísica –mitología blanca- que reúne y refleja la cultura de Occidente: el hombre blanco toma su propia mitología, la indoeuropea, su logos, el mythos de su idioma, por la forma universal de lo que todavía debe querer llamar razón” (Derrida; Op. Cit.:253).[11]
Bhabha nos dice que: “la posibilidad de diferencia y circulación es la que liberaría al significante de piel/cultura de las fijaciones de tipología racial, analíticas de sangre, ideologías de dominación racial, cultural o degeneración.”100
Amin Maalouf: «La identidad es en primer lugar una cuestión de símbolos, e incluso de apariencias (…) todos los seres humanos deberían poder asumir, con la cabeza alta, sin miedo y sin resentimiento, todas y cada una de sus pertenencias».
El deseo de la identidad no hay que convertirlo en objeto de persecución, ni de condescendencia. Hay que observarlo, comprenderlo, domesticarlo, como se domestica a la pantera que «mata si se la persigue, mata si se le da rienda suelta, pero lo peor es dejarla escapar en la naturaleza después de haberla herido».
Luchas simbólicas que se llevan a cabo dentro de la institución artística en tanto campo estructurado conforme a conflictos característicos en los que se enfrentan diversas visiones que luchan por imponerse. Y así, aunque el poder simbólico no ejerza su acción con fuerza física, cumple su objetivo de imponer la visión legítima del mundo. La raíz de la violencia simbólica se halla en el hecho de que los dominados se piensen a sí mismos con las categorías de los dominantes. Al aceptar un conjunto de presupuestos fundamentales, prerreflexivos, implícitos en la práctica, los agentes sociales actúan como si el universo social fuese algo natural, ya que las estructuras cognitivas que aplican para interpretar el mundo nacen de las mismas estructuras de este mundo.
La violencia simbólica es esa coerción que se instituye por mediación de una adhesión que el dominado no puede dejar de otorgar al dominante cuando sólo dispone para pensar su relación con él de instrumentos de conocimiento compartidos, que al no ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación, hacen que ésta aparezca como natural; o, en otras palabras, cuando los dominados sólo disponen para evaluar a los dominantes de esquemas percepción y evaluación (alto/bajo, masculino/femenino, blanco/negro, etc.) que son fruto de la incorporación de clasificaciones naturalizadas de las que surge su mismo ser social (Bourdieu, 1989b: 221, 223-224).
Los recurrentes mecanismos de la otredad, son la cuna de la exclusión, del racismo, y de la intolerancia: “otros son simplemente otros".[12] No es difícil reconocer que la exclusión es un fenómeno mucho más universal de lo que se admite. Parecen ser universales “la aparente incapacidad de constituirse uno mismo sin excluir al otro, y, la aparente incapacidad de excluir al otro, sin desvalorizarlo y, finalmente, sin odiarlo". Esta forma de representarse al otro, en general considera a los "otros" como inferiores porque se procede a equiparar casi automáticamente a iguales e indiferenciados o, por el contrario, diferentes e incomparables.
Hasta podría decirse que, "la historia humana muestra que el considerar al “otro” inferior es una opción de cuasi “proclividad natural".[13] Como diría la politóloga francesa Ariane Chebel hablando del racismo, una de las formas más descarnadas de considerar al "otro" como inferior: "lo esencial sigue siendo el carácter universal y perenne del racismo. En donde quiera que uno esté, sea quien uno sea, el riesgo de estar en situación de “racizante” o de “racizado” existe. Este es el primer sentido del racismo: una reacción injustificable pero explicable, inaceptable si uno suscribe la idea de la tolerancia, pero perceptible en todos lados, condenable pero “normal” por el hecho de su recurrencia".[14] "…las razas, las categorías raciales y las ideologías raciales son aquellas que elaboran construcciones sociales recurriendo a los aspectos particulares de la variación fenotípica que fueron transformados en significantes vitales de la diferencia durante los encuentros coloniales europeos con otras culturas".[15]






NOTAS.
[1] En: Bhabha, Homi; El lugar de la cultura, Manantial, Buenos Aires, 2002. pp. 91- 109.
[2] En año y medio se presentaron en lugares como la Plaza de Colón en Madrid; la plaza de Covent Gardens en Londres; el Smithsonian Institution en Washington; The Field Museum de Chicago; el Museo Whitney de Nueva York; el Museo Australiano de Sydney y la Fundación Banco Patricios en Buenos Aires.
[3] Véase: http://www.eldespertador.info/despierta/textdesper/guatinau.htm
[4] Para la Bienal del Museo Whitney agregaron una actividad al menú: por cinco dólares los espectadores podían ver los genitales del espécimen macho.
[5] García Canclini, Culturas Híbridas, 1989: 302.
[6] APUD. Neus Carbonell, "Feminismo y postestructuralismo", en Marta Segarra y Angels Carabí (eds.) (2000), Feminismo y crítica literaria, Barcelona, Icaria.
[7] SAID, Edward. Orientalismo. Editorial Libertarias, España, 1990.
[8] Ibidem.
[9] Exposiciones individuales: 'Africa Inside', Tampere, Finlandia (2000); Rencontres Internationales de la Photographie, Arles.- 1997. 'Cincuenta años de Tati', Magasines Tati, Paris, (1998); ArtothSque de Grenoble.- 'Festival des 3 Continents', Nantes (1996); Centre National de la Photographie, Paris (1995). Exposiciones colectivas: 'Africa by Africa: A Photographic View', Galería Barbican (1999); 'L'Afrique par elle-même', Casa Europea de la Fotografía, París (1998); 'Festival Africa 95', Photographers' Gallery, Londres. 'Photographes Africains', FNAC Forum, Paris (1995); 'Autorretratos', Primer Festival de Fotografía Bamako, Camerún (1994).
[10] Realizó estudios en el Atlanta College of Art, donde obtuvo su licenciatura en Artes Plásticas en 1991. En 1994 se convirtió en Master en Artes Plásticas, carrera que estudió en la prestigiosa Escuela de Diseño de Rhode Island.
[11] APUD. El compromiso con la teoría, Por Homi K. Bhabha. http://www.cubaliteraria.com/huellas/baba.asp
[12] Castoriadis, Cornelius, 1985, "Reflexiones en torno al racismo", Memorias del Coloquio "Inconsciente y cambio social", de la Association pour la Recherche et l'Intervention Psichologiques, Francia, marzo de 1985.
[13] Castoriadis, op.cit.
[14] Chebel d'Appollonia, Ariane, 1998, Les racismes ordinaires, Paris: Presses de Sciences Po.Kymlicza, Will, 1996, Ciudadanía Multicultural, Barcelona, Paidós, p. 10
[15] Cfr. Ibidem: pp. 14-15