viernes, 30 de enero de 2009

Entre tanto sur, sur, sur, ¿cuál es el norte? —Del Wíndigo canadiense y el canibalismo en narradores nativos norteamericanos (borrador) Por Mayra Inzu

Entre tanto sur, sur, sur, ¿cuál es el norte?
—Del Wíndigo canadiense y el canibalismo en narradores nativos norteamericanos (borrador)
Por Mayra Inzunza

We can only make ourselves understood if others are willing to listen
—Art Solomon, Eating Bitterness, p.58.
(Anishibnaabe Spiritual Teacher, encarcelado en Canadá, de los
primeros en involucrarse con el Journal of Prisoners on Prisons)

Tupi or not tupi that’s the question. Tal es el segundo verso del “Manifiesto antropofagico” (1928), donde el brasileño Oswaldo de Andrade introdujo la noción del autor caníbal. A grandes rasgos, el canibalismo literario consiste en celebrar el poder inclusivo de los textos híbridos y la capacidad del “mestizo” para apropiarse de las virtudes del enemigo con fines calibánicos: se trata de emplear las herramientas del conquistador para revertir la conquista.
En La Femme Cannibale, Maryse Condé subvierte no sólo la shakespereana The Tempest; también cuestiona la omnipresencia de Aimée Cesáire en las letras caribeñas (Une Tempète). En ambas obras, novela la de la narradora y académica guadalupana y guión de teatro el del poeta y dramaturgo haitiano, se critica, parodiando a Shakespeare, la estereotipia con que Montaigne describió al caníbal, aquel sistema de representación colonialista con que cronistas y evangelizadores imaginaron a los caribes. Y es que la misma nominalización colonializa, contra lo cual se rebela Como era gostoso o meu frances, cinta caníbal que, basada en crónicas de misioneros portugueses, recupera la voz indígena como verdadera traducción sin original, y la manifiesta vía un medio y un estilo europeos (cine, surrealismo), pero con sardónico humor nativo. Como era gostoso…, a grandes rasgos, parodia la crónica de un explorador francés que —literalmente— acaba siendo manjar de aborígenes.
Muchos amerindios contemporáneos optan por negarlo, mientras algunos europeos y norteamericanos atribuyen la antropofagia a “los salvajes” o “incivilizados”. Si, según Stuart Hall, los exploradores temían llegar a Bojador porque ahí “ardían las aguas y por eso los hombres quedaban negros”, con prejuicios semejantes en Estados Unidos y Canadá aún llega a creerse que el canibalismo sólo fue practicado por precolombinos “sureños” como los aztecas. De cualquier manera, la práctica ha demostrado ser redituable: amén de numerosas ficciones, entre las cuales sobresalen desde Hannibal Lecter hasta los Cuentos caníbales colombianos de Alfaguara, no pocos españoles se beneficiaron cuando la Reina Isabel prohibió a sus súbditos en el Nuevo Continente vender africanos o indios a menos que éstos fueran antropófagos, lo cual serviría de pretexto para rematarlos cuando, pongamos por caso, afros e indígenas llegaran a morderse, acaso en defensa propia, en medio de una pelea.
Sin embargo, ya antes de que los europeos arribaran a Norteamérica, no pocas tribus norteamericanas compartían la idea de que el canibalismo era una conducta cultural y socialmente inaceptable: los sioux consideraban que el canibalismo era inadmisible; para los cree manifestaba enfermedad mental; y, según algonquinos y objiway, implicaba que un espíritu maligno había poseído a la persona. No obstante, en la misma Europa, y durante incursiones de europeos en otros continentes, se han registrado incidentes de canibalismo, si se quiere bajo circunstancias extremas como la hambruna que puede acaecer lejos de la civilización o en épocas de guerra. Algunos casos famosos serían los cruzados quienes, entre otras hazañas, presumían haber asado y comido sarracenos; un colono de Jamestown (Virginia, EU) fue ejecutado tras devorar a su esposa en medio de una hambruna; en la novela histórica Autum Leaves se recrea cómo, además de acaecer en tupidas selvas y lejanas islas del Pacífico, también en la antigua Galia llegó a creerse que ingerir partes de otro ser humano ayudaba a curar enfermedades.
A muchos indios caníbales, igual que ahora a ciudadanos norteamericanos y europeos, la comunidad los castigaba, en el caso del wíndigo dándole muerte tan pronto como era sorprendido enguyendo humanos. Mas ciertas culturas pertenecientes al Imperio Británico, por ejemplo, mostraban respeto a sus parientes fallecidos comiéndoselos: los aborígenes de Australia central pensaban que ello fortalecía los lazos entre los familiares muertos y los vivos; algunas madres se alimentaban de sus bebés cuando éstos llegaban a morir durante el parto, con miras a recuperar la energía que habían prodigado durante el embarazo. Por otro lado, hubo nativos quienes creían que comer los cadáveres de sus contrincantes prevendría que las almas de los vencidos buscaran vengarse —Los maoríes de Nueva Zelanda insultaban a sus enemigos cocinándolos; determinadas etnias sudafricanas confiaban en que al comer a sus contrincantes los guerreros adquirirían cualidades del oponente, en principio valor y sabiduría. De manera análoga, en Norteamérica los mohawk son famosos por consumir el corazón de aquellos a quienes vencían; sobre el tema, hay quienes de la reservación Tyendinaga explican que eran mohawk pre-iroqueses y, otros, que únicamente lo hacían para infundir miedo. Para mostrar la ambigüedad de posturas en torno al canibalismo nativo norteamericano, los huesos anazasi del suroeste estadounidense, que durante algún tiempo se consideraron prueba de un presunto canibalismo, ahora han sido relacionados con los entierros japoneses celestes.
En términos legales, mientras el canibalismo se define como matar a una persona hasta entonces viva para devorarla, la antropofagia consiste en ingerir a quienes han (sido) muerto(s), con lo que se acerca a la necrofagia. Es por ello que, tras un largo juicio, los sobrevivientes de los Andes ya no fueron inculpados de haber cometido canibalismo. Lo menciono debido al episodio del piloto canadiense absuelto quien, al estrellarse en 1972, cuando transportaba al inuk enfermo David Koutouk, sobrevivió alimentándose del cuerpo de la enfermera que falleció en el accidente (antropofagia) —a lo cual Koutuk se negó por considerarlo inmoral, y consiguientemente pereció de hambre; un monumento en Alberta honra la ética inuit manifestada por Koutuk. Centrémonos en el caso de los aborígenes canadienses: muchas tribus no donan órganos porque, de manera análoga a los egipcios quienes momificaban sus cuerpos con miras a que éstos accedieran intactos a la otra vida, para algunas Primeras Naciones, al desmembrarse el organismo el cuerpo “espiritual” carecerá de forma; también se cree que comer a otro ser humano implica llevarlo dentro de por vida. Algunos estudiosos afirman que casi toda la humanidad practicó el canibalismo pero que, en determinado momento, cada cultura desarrolló un sistema de valores entre los cuales se prohibía comer carne humana (quizás de ahí la restricción del puerco para los judíos, pues se ha dicho que su sabor resulta muy parecido al del homínido). En el texto antropológico, visionario del movimiento renacentista que daría voz a los nativos norteamericanos en los sesenta y mismo que lleva por título Indian Renaissence, se incluyen testimonios respecto a lo asustados que estaban algunos indios norteamericanos cuando los primeros europeos que llegaron al norte del continente americano les contaron sobre sus guerras. En White Man’s Indian de Berkhoffer se asienta la historia de un nativo supuestamente caníbal quien, al tener contacto con un jesuita reflexionó: ‘I do not understand, why do your people kill if it is not for eat?’; a continuación, dicho indígena escuchó partes de la historia europea, quedando absolutamente horrorizado ante un canibalismo originado por lo que consideró, siendo evangelizado, formas de gula, de avaricia…
Siguiendo la misma línea, antes de acudir a un testimonio que estamos por compartir, en las Jesuit Relations se da cuenta del miedo que experimentaron los creyentes del Wíndigo —cree, objiway— cuando los evangelizadores jesuitas intentaron por vez primera explicar a dichos grupos nativos la comunión: sin dar crédito, los aborígenes canadienses preguntaban ‘How could you eat your own God?’ (National Archives of Canada).
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Algunos testimonios
Para contextualizar situacionalmente la figura del Wíndigo acotaré algunas experiencias personales, y entrevistas recogidas de manera conversacional.
Llegué a revisar los Archivos Nacionales de Ottawa una noche a principios de 2004, cuando comenzaba el verdadero invierno; a la mañana siguiente la temperatura era de -45 grados centígrados. Mientras mis caseros me advertían sobre el peligro de los frostbites (mordidas de frío, o sea la piel quemada por una temperatura tan baja) y yo me alistaba arropándome para enfrentar un windchill de 47 grados centígrados bajo cero, bromee sobre la posibilidad de encontrar un wíndigo en tan gélido clima. Los rostros anteriormente amigables se transformaron, y la escritora métis y landlord provisional mía Jaime Koebbel me preguntó: ‘Mayra, do you believe in God, do you think that God really exist?’ Dudé mas, antes de responderle, me espetó con almidonado ceño: ‘It is the same for us with the Windigo: we may not see it, but we fear him’.
En la obra teatral de Daniel David Moses Brebeuf`s Ghost, los objiway temen a las Seis Nationes Iroquesas: mohawks, oneidas, ondonagas, tuscaroras y cayugas—cuando comencé a escribir esto, me encontraba en la calle Cayuga, en Ithaca, Nueva York, estudiando en Cornell University tras una estancia en Ottawa (que viene de los odawas del actual Ontario): siempre en torno al bélico territorio iroqués. Como puede verse en Brebeuf’s Ghost, los objiway temían 1)a los guerreros mohawk, y 2)al Wíndigo. Resulta significativo que los algonquinos (narrangaset) hayan denominado “mohawk” a los /kayendinagas/, término que significa “comedores de humanos”. El amigo que me hospedó durante esa estancia, Kyle Mackenzie, me contó que ellos, los mohawk, solían comer el corazón de sus enemigos para intimidarlos, no tanto de manera ritual, y mucho menos por gusto; de manera que el bravo guerrero de cuyos labios escurren hilos de sangre podría ser un estereotipo —Prototipo que quizás contribuyó a que se cumplieran las demandas políticas en el Caso Oka, en el que mohawks rechazan que los quebequenses conviertan uno de sus cementerios en campo de golf.
Parafraseando otros comentarios, Karin (periodista de la canadiense Native TV) constantemente reclama, en tono de broma, a su amigo mohawk Dan por qué sus ancestros –los de Dan— se comieron a sus abuelos –los de Karin. Por su parte, a Dan le gusta burlarse del Thanksgiving Day amenazando hipotéticamente con atrapar y rostizar algunos jesuitas (‘I am ready for next season trapping and barbecuing some Jesuits…’, suele afirmar cada otoño). Según el escritor cree Keneth Williams, mohawks y algonquinos tienen una larga relación de amor/odio, la cual continúa hasta nuestros días: peleaban unos contra otros, a veces se aliaban, hacían trueques y jugaban, y llegaban a casarse entre miembros de ambas tribus, lo que dificulta comprobar si, tras del nombre, acechan “matriarcales antropófagos” (“Cultural Appropriation and Aboriginal literature” en Wind Speaker, marzo de 1997, págs. 18-19).
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El Wíndigo
En “Strange Things: The malevolent North in Canadian Literature” (Saturday Night, noviembre de 1995, p.81), Margaret Atwood se pregunta ‘How could a culture so apparently boring as ours have embraced the flesh-devouring Wendigo?’ Se ha comentado el temor de enloquecer en el norte, o que el norte mismo enloquezca a quienes pretenden dominarlo; pero ¿“adoptar”? El poema de Earle Birney “Can.Lit.” termina con un verso que ha sido interpretado como alusivo a la ausencia de fantasmas en la literatura canadiense: ‘we French English never lost our civil war endure it still a bloody civil bore the wounded sirened off no Whitman wanted it’s only by our lack of ghosts we’re haunted’. Pero tal vacío no tiene sentido en las literaturas nativas canadienses: ‘For the Indigenous Peoples the wilderness was not empty but full, and one of the things it was full of was monsters. The west coast forests are prowled not only by the well-known Sasquatch, or Bigfoot, but by the Hamatsa and the Tsonoqua, to name just three. And in eastern woodlands, there is the fearsome and many faceted Wendigo’ (según Atwood en texto electrónico). Sobre este último trataremos ahora. En 1936, el estadounidense Ogden Nash recitaba “The Wendigo”:
The Wendigo, The Wendigo! Its eyes are ice and indigo! Its blood is rank and yellowish! Its voice ir hoarse and bellowish! Its tentacles are slithery, And scummy, Slimy, Leathery! Its lips are hungry blunnery, And smacky, Sucky, Rubbery! The Wendigo, The Wendigo! I saw it just a friend ago! Last night it luked in Canada; Tonight on your veranda! As you are lolling hammockwise it contemplates you stomachwise. You loll, It contemplates, It lollops. The rest is merely gulp and gollops. (Colombo, p.127)

Sus ojos no son de hielo, sino su corazón. No tiene tentáculos, sino garras. Sus labios tampoco son gruesos, porque se los come. Y no brama, silva. Nash era estadounidense, por lo que desconocía al Wíndigo que puede ser —como los two-spirited, como el trickster— hombre o mujer. Una representación aún más errónea es la de Algernon Blackwood (ni siquiera canadiense, sino inglés), como la de muchos otros autores no nativos. Pero demos el punto de vista de los nativos canadienses sobre su windigo Para el dramaturgo y guionista de cine cree Keneth Williams,

In Cree, he's called Weetigo. He takes many forms, some describe him as a starving human, but other stories describe him as a white wall of snow with razor sharp teeth and eyes that glow like stars. The big fear for Crees is that he'll steal your soul. The other thing to remember is to never mention his name until Winter, otherwise you'll summon him to you. Winter is the only safe time you're allowed to tell any stories, especially Weetigo stories.—Fragmento de correo electrónico recibido desde Saskatoon en junio del 2004.

Y es que, para los nativos norteamericanos, hay historias para contar en invierno, cuando se necesita mantenerse a resguardo, o sea permanecer dentro; digamos durante las heladas que caracterizan a Saskatchewan. Ahora que también existen historias para el verano, unas son sagradas y otras pueden ser contadas por cualquiera, dependerá de cada tribu; es por contar las sagradas sin su aval (nativo) que los escritores indios norteamericanos acusan de hurto cultural a los blancos.
Mientras son mayormente cree/objyway quienes temen al Wíndigo, en general el término puede encontrarse en culturas pertenecientes a la familia lingüística algonquina: deriva de la raíz “witiku”, y varía a lo largo del tiempo y los pueblos. Por mencionar apenas algunas instancias, equivale a los vocablos Wendigo, Windego, Wetiko, Windago, Windikouk, etc. No obstante, al referirse a un ser sobrenatural, se prefiere escribir con mayúscula inicial (Wíndigo), para diferenciarlo del humano caníbal (wíndigo).
Los cazadores extraviados o quienes por otras razones han experimentado largos periodos de hambruna, particularmente durante el invierno o al ayunar, pueden incurrir en canibalismo como último recurso para sobrevivir. Así, se transforman en wíndigos, caníbales poseídos por el espíritu del Wíndigo. Cuando esto sucede, según la narrativa nativa canadiense devienen violentos y antisociales. Aún si regresan a la civilización y vuelven a alimentarse normalmente, se teme que no dejen de experimentar un antojo por la carne humana, lo que pondría en peligro al resto de la comunidad. Ejemplo de ello sería el Wíndigo de Brebeuf`s Ghost, que pierde la razón a causa del hambre.
Ahora bien, como el Wíndigo se asocia con una impía helada, encarna sus características: debido al frío, posee un corazón de hielo (al relacionarlo con la ausencia de calor que es movimiento, el Wíndigo es aún más temible porque no siente emociones); ventiscas (o blizzards: se le figura sin pies, emparentándolo con la velocidad y una angustiosa desesperación); un exterior peligroso. Según las historias que Colombo (1982), Johnston (1995) y Morriseau (1965) han recolectado, existen distintas maneras de convertirse en wíndigo: por la maldición de un brujo (medicine man), al soñar un Wíndigo, al ser mordido por un Wíndigo, al topárselo y hasta por el mero hecho de escuchar sobre su existencia.
Encarnación de la gula, mientras más come, se torna más grande. Muchas anécdotas mencionan que el Wíndigo es una suerte de ogro u horrible gigante que crece con cada víctima de la cual se nutre. Pero no es inmortal; para algunos puede aniquilársele con una bala de plata, como a un hombre lobo. Según cuenta una historia objiway (la primera acuñada por Norval Morriseau en Legends Of My People: The Great Odjibway, Toronto, The Ryerson Press, 1965), un medicine man llamado Big Goose peleó contra un Wíndigo hasta matarlo. Pese a que la criatura era “tan alta como las nubes”, Big Goose —con ayuda del Gran Manitou— se convirtió en el gigante Misashaba, librando a su comunidad de la amenaza. Un caso aislado sería el Wíndigo que se suicida y mata a su bebé para castigar al medicine man que lo embrujó (sin título, en Basil Johnston. The Great Manitou The Spiritual World of the Ojibway. NY, Harper Collins, 1995). En este sentido, cuanto más corpulento, apetece como in crescendo: algún humano, su comunidad, su propia familia, a sí mismo hasta una autofagia que comienza por morderse los labios y las uñas. Una caracterización extraordinaria aparece en la obra teatral Sucker Falls cuyo autor, Drew Haydn Taylor, asocia la gula del Wíndigo con el capitalismo. A este respecto, en The Great Manitou, Johnston incluye una definición de los “wíndigos modernos”, que serían ‘gluttonous multinationals, cuppidity of insatiable need of money, clearcuting entire woods’ (p. 235).
Más aún, ha llegado a estudiarse la sicosis del Wíndigo (“windigo psychosis”). En “Windigo’ Psychosis Among Algonquian-Speaking Indians”, Morton I. Teicher explica:
The outstanding symptom of the aberration called as windigo pychosis is the intense, compulsive desire to eat human flesh. In many instances, this desire is satisfied through actual cannibal acts, usually directed against members of individual’s immediate family... The individual who becomes a windigo is usually convinced that he has lost permanent control over his own actions and that the only possible solution is death. He will frecuently plead for his own destruction and interpose no objection to his execution.

Hoy en día mucha gente piensa que estos casos nunca existieron, o que no volverán a darse. Por el contrario, médicos y sicólogos –norteamericanos, se entiende- han registrado pacientes con tendencias caníbales, que son violentos y manifiestan una conducta extremadamente antisocial. Ahora bien, al tiempo que, se dice, hubo un estallido de casos análogos durante la década de los setenta, en la misma época nativos norteamericanos intelectuales ya criticaban los métodos de estudio de los científicos occidentales particularmente tras la publicación, en 1969, de Custer Died for your Sins: An Indian Manifiesto. Aquí, el sioux Vine Deloria denosta a los antropólogos que estudian a los “rojos” de Norteamérica, argumentando que a los investigadores “blancos” les preocupaba más ascender académicamente mostrando casos extraños, que el bienestar de los nativos, a quienes no comprendieron y, por consiguiente, para las comunidades indígenas sus estudios resultaron irrelevantes, cuando no les causaron daño. Por su parte, Vivian J. Rohl del San Diego State College demostró, en 1970, que la “sicosis del Wíndigo”, cuyos casos habían sido detectados entre los indios norteamericanos, probablemente era causada por la deficiencia de vitaminas B y C, así como de algunas proteínas básicas para el buen funcionamiento del sistema nervioso. Según sus estudios, los individuos a quienes se había diagnosticado la sicosis del Wíndigo no lograban dormir, podían presentar conductas violentas y creían haber sido poseídos por el Wíndigo (al cual Rohl calificó de “monstruo caníbal mítico”).
En términos estrictamente literarios, si para el crítico literario Gerald Vizenor (The Native American Renaissence, p.145) Occidente necesita de la tragedia para explicarse la historia, a mi modo de ver el Trickster ejemplificaría el valor de la comedia en la mentalidad nativa, debido a la importancia que tiene para ciertos indios el sentido de pertenecer a su comunidad. En ella es de gran importancia el Trickster, dispositivo para que ocurra la historia que enseña como repensar situaciones. Basil Johnston recopiló una anécdota donde el Wíndigo pelea contra Nana’b’oozoo (trickster objiway): sin esperanzas de ganar, dispuesto a convertirse en el barbecue de Wíndigo, Nanabush preparaba su propia pira funeraria cuando logró arrojarlo al fuego, con lo que Wíndigo se multiplicó. Siguiendo el consejo de un ratón, Nanabush le jugó un truco retándolo a caminar sobre el agua, con lo que los Wíndigos se ahogaron... En instancias como las dos que a continuación revisaremos, el Wíndigo actúa como Tríckster.
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BREBEUF’S GHOST DE DANIEL DAVID MOSES (delaware de Ontario)
Si los canadienses se distinguen por un nacionalismo icónico (“flaggy nationalism”), esta obra ironiza el icono cuando la sangre caída aparece metaforizada como ‘hojas de arce en la nieve’ (p.20).
Muchas historias de la literatura canadiense inician con algo así como que los primeros textos producidos en Canadá consisten en literatura de viaje o se emparentan con los relatos aborígenes: diarios, informes, cartas y autobiografías, escritos por exploradores y misioneros. En 1535, el navegante francés Jacques Cartier condujo la primera incursión al norte del rio Saint Laurence, cuyo itinerario describió en Bref recit de la navigation de Canada (1545). Otros personajes que escribieron sobre la vida en Canadá durante 1600 y 1700 fueron Samuel de Champlain y Marie de l’Incarnation —quien nada menos fundó la orden de las monjas ursulinas—, así como Jean de Brebeuf.
Brebeuf, misionero jesuita francés cuyas cartas suelen incluirse al inicio de las historias de literatura canadiense, ejemplifica la dificultad para juzgar la Historia Mientras los católicos lo adoran cual mártir (en la Catholic Encyclopedia su nombre es signo de una vida por demás ejemplar), en obras tipo Brebeuf`s Ghost puede apreciarse que no pocos nativos norteamericanos lo ven desde otra perspectiva pues aparece como figura, si no negativa, ambigua. Para demostrarlo, conviene comparar las perspectivas entre una historia de la literatura canadiense, y la Enciclopedia Católica. Varias de las primeras inician con algo así como que Brebeuf (1593-1649) fue un misionero jesuita y mártir. Fundó la primera misión entre los hurones en Georgian Bay, en 1626. Para convertirlos bregó contra no pocas dificultades. Los iroqueses, enemigos de los hurones, lo capturaron y asesinaron el 16 de marzo de 1649. En The Beginnings of Canadian Literature, se asienta que
Jean de Brebeuf (1593-1649), was a French Jesuit missionary and martyr. He established the first mission among the Huron Indians on Georgian Bay, Canada, in 1626. To convert them, he underwent great hardships. The Iroquois tribe, enemies of the Huron, captured and killed him on March 16, 1649.

Compárese el anterior libro de texto con la Catholic Encyclopaedia:

By 1647 the Iroquois had made peace with the French, but kept up their war with the Hurons, and in 1648 fresh disasters befell the work of the missionaries — their establishments were burned and the missionaries slaughtered. On March16th, 1649, the enemy attacked St. Louis and seized Brébeuf and Lallemant, who could have escaped but rejected the offer made to them and remained with their flock. The two priests were dragged to St. Ignace, which the Iroquois had already captured. On entering the village, they were met with a shower of stones, cruelly beaten with clubs, and then tied to posts to be burned to death. Brébeuf is said to have kissed the stake to which he was bound. The fire was lighted under them, and their bodies slashed with knives. Brébeuf had scalding water poured on his head in mockery of baptism, a collar of red-hot tomahawk-heads placed around his neck, a red-hot iron thrust down his throat, and when he expired his heart was cut out and eaten. Through all the torture he never uttered a groan. The Iroquois withdrew when they had finished their work. The remains of the victims were gathered up subsequently, and the head of Brébeuf is still kept as a relic at the Hôtel-Dieu, Quebec. His memory is cherished in Canada more than that of all the other early missionaries. Although their names appear with his in letters of gold on the grand staircase of the public buildings, there is a vacant niche on the façade, with his name under it, awaiting his statue. His heroic virtues, manifested in such a remarkable degree at every stage of his missionary career, his almost incomprehensible endurance of privations and suffering, and the conviction that the reason of his death was not his association with the Hurons, but hatred of Christianity, has set on foot a movement for his canonization as a saint and martyr. An ecclesiastical court sat in 1904 for an entire year to examine his life and virtues and the cause of his death, and the result of the inquiry was forwarded to Rome.

La fuente continúa abogando por su canonización. Habiendo sido Brebeuf’s Ghost emparentada con Macbeth, Moses ha subrayado que para crearla se inspiró, no se basó, en Shakespeare. Sin embargo, cual Banquo, el fantasma de Brebeuf actúa como una suerte de conciencia.
Ya desde la segunda página se establece un cierto paralelo entre los puntos de vista católico y objiway: la alusión a las plegarias (‘Give us this day our daily bread’) introduce la creencia en un paraíso pródigo en alimentos; al mismo tiempo, a lo largo de la obra se sugiere que la iluminación chamánica puede resultar de las alucinaciones a que conduce el ayuno —en la página 60, ante la afirmación de ‘Fasting is not so hard’, una aborigen responde ‘When there is nothing to eat’.
El primer punto argumental aparece cuando Joseph, un hurón converso, tras capturar a Feather dice a Pierre ‘This is your mouse’. Acto seguido, pierde la razón, lo que comienza con un antojo. Pero el verdadero espíritu caníbal del Wíndigo se anuncia con viento, ventiscas, la tormenta, y una analogía en boca de Joseph: ‘Thunder closer by… It is as loud as my stomach… That is what it is, another stomach rumbling… a monstrous gut’. A continuación, abundan las metáforas del Wíndigo: Pierre, el padre Noel (quien se comió el cadáver del iroqués tras establecer un paralelo entre comunión y antropofagia), Sturgeon (chamanismo) y su transformación de Hail a Sturgeon en una serpiente devorándose a sí misma (wíndigo: ¿suerte de uróvoros?). O cuando el padre Noel, ‘entirely cannibal now’, roba al bebé que acaba por arrojar porque (p.93) ‘The baby tried to bite him… he was grinding his new teeth… / Chewing the tips of his fingers’.
Aquí, Moses echa mano de lo que Spivak denomina esencialismo estratégico al estereotipar a sus personajes en beneficio de expresar la complejidad de cosmovisiones: la sinrazón de un blackrobe (misionero) más preocupado por el bautismo que por cazar para sobrevivir; el francés comerciante de pieles (furtrader) que sólo se muestra católico cuando hay vino de la comunión. En efecto, aún si el subtítulo de Brebeuf’s Ghost es “A horror tale”, no carece de humor: Samuel, el francés comerciante de pieles que, en efecto, se declara creyente cuando hay sangre de cristo, torpemente intenta aprender del chamanismo nativo canadiense. Por su parte Thistle, al ver llorar a Pierre, duda que éste último haya sido poseído por un Wíndigo pues, a su modo de ver, ‘cannibals don’t cry’ (p.85).
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SUCKER FALLS DE DREW HAYDN TAYLOR (objiway)
Autor de numerosos títulos narrativos y teatrales, el buen talante de Drew Haydn Taylor queda manifiesto al comenzar sus conferencias y lecturas con la anécdota de cómo, cuando representaron su obra The Pow Wow en Venecia, los actores italianos pronunciaban “Il pawawa!”.
Bien, pues, de entrada, estamos ante un musical escrito por encargo. Un par de compañías de teatro de Vancouver encargaron a Drew Haydn Taylor crear una obra semejante al clásico de los treinta Austief und Fall der Stadt Mahogany (de Brecht y Weil), mas –especificaron los productores—con el sabor aventurero de Bonnie and Clyde. En síntesis, tal texto dramático postula el comunismo de Brecht al criticar la llegada del capitalismo a una ciudadela habitada por alcohólicos, jugadores y prostitutas. Austief und Fall... versa sobre un grupo de proscritos quienes, cansados de aventuras, deciden establecer su propio pueblo, donde ellos establecerán las reglas o, mejor, donde no habrá ley alguna. Al resultar un éxito, otros proscritos van a Mahogany que, en su versión de Suckerville, atrae a cuatro leñadores de Alaska quienes, tras cuatro años de arduo trabajo para amasar una cierta fortuna, sólo quieren divertirse. Uno tras otro morirá de excesos, incluyendo al último, quien comete el único crimen considerado prohibido en Suckerville: adquirir una deuda que no puede pagar. En entrevista con quien esto suscribe, Haydn Taylor afirmó:
My challenge was to find an Aboriginal angle to this story, a way of embracing the concepts from the Native perspective. So I had to think of the best example I could come up with for Aboriginal capitalism. And that was a casino. In Ojibway/Cree mythology, the Wendigo was a cannibal spirit. Always hungry and ravenous. Always eating and never satisfied. And the more it eats, the bigger it gets, and the bigger its appetite becomes. To me, that was like greed or ambition (or capitalism), no matter how much you have, you always want more. I thought it was the perfect metaphor, hovering over the casino.

Curioso, nervioso, Donnie recuerda al Pierre de Brebeuf’s Ghost—hasta se come los dedos. Más aún lo hace la representación de los personajes, aquí paródica/irónica desde el nombre: Anthony Reeper, Donnie Reeper, la matrona Ladybug LaFlesche. Y en cuanto a nombres, no es gratuito que la obra comience en un camper marca Winebago pues el nombre de los winnebago, algonquinos, suena como wíndigo; al mismo tiempo su contraparte, el trickster, ha sido más estudiado en las historias winnebago (Winnebago cicle) que en relatos de otros pueblos nativos norteamericanos.
De manera explícita, Sucker Falls expresa demandas de los nativos como autogobierno y propiedad de la tierra. En efecto, al proponerse erigir un casino ilegal, Ladybug Laflesch opina: ‘Canadian society’s need for social justice and middle-class guilt shall give us carte blanche. The world, or our little section of it, will be at our moccasin covered feet’. En este mismo tenor, el wíndigo que protagoniza Sucker Falls semeja más al de una tira cómica, pues antes de engullir, he ‘rubbs his hands with glee’.
Sin dar fin a Wollverine, cabría preguntarse si habrá wíndigos en Nueva Guinea, o si quiénes nos mordemos las uñas estaremos cometiendo autofagia…

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